Page 542 - Auge y caída del antiguo Egipto
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¡Que seas elogiado ante Osiris, oh, tú, Osiris Marres, el babuino! El que fue traído del Sur. Su
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salvación [es decir, la muerte] tuvo lugar, y él fue colocado en su ataúd en el templo de Ptah.
De todas partes acudían a Saqqara peregrinos en busca de consejo, pronósticos
de futuro, curas para enfermedades y hasta el éxito en casos judiciales, todo ello
con la esperanza de que Osiris, el babuino, llevara su súplica a los dioses a
cambio de una ofrenda votiva o por el acto piadoso de momificar y enterrar a
uno de los animales sagrados. La zona estaba abarrotada de adivinadores del
porvenir, intérpretes de sueños, astrólogos, adivinos y vendedores de amuletos
mágicos, gestionando sus dudosos negocios entre los incontables devotos. En
cuanto a la miríada de sacerdotes y embalsamadores, también ellos hacían su
agosto con los peregrinos, sobre todo porque a menudo sustituían a los raros y
costosos babuinos por otros monos más baratos y pequeños; ocultos bajo sus
envolturas de momia, el comprador no podía apreciar la diferencia.
Quizá el más extenso de todos los cementerios de animales de Saqqara era el
formado por las galerías de los ibis. Estos, como los babuinos, estaban
consagrados al dios Thot, y su desesperada búsqueda de sabiduría llevó a los
egipcios a momificar y enterrar hasta dos millones de pájaros solamente en
Saqqara. Cada galería de ibis medía diez metros por otros diez en sección
transversal, y estaba llena desde el suelo hasta el techo de ordenados montones
de vasijas de cerámica, cada una de las cuales contenía una parte momificada o
el cuerpo entero de un ibis sagrado. Para satisfacer la demanda, los ibis eran
criados a escala industrial a orillas del cercano lago Abusir y en otras granjas de
todo Egipto. En Jmun, el principal centro del culto a Thot, había una enorme
área dedicada a alimentar a bandadas de pájaros. Cuando estos morían, hasta sus
partes más diminutas —plumas sueltas, restos de nidos, fragmentos de cáscara
de huevo…— se recogían cuidadosamente para ser vendidas y enterradas. De
hecho, los sacerdotes de los ibis enterraban a menudo los cadáveres de los
pájaros en la tierra para acelerar su descomposición, haciendo así más fácil
separar luego los huesos uno a uno y obtener un beneficio rápido. El empleo de