Page 537 - Auge y caída del antiguo Egipto
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de aplacar a sus rivales saítas al tiempo que reforzaba sus propias credenciales
               de rey piadoso. Luego siguieron otras dotaciones, sobre todo al templo de Horus

               en  Dyeba  (la  actual  Edfú).  Nada  podría  resultar  más  apropiado  para  la

               encarnación terrenal del dios que hacer generosas donaciones al principal centro
               de culto de su patrón.

                  Pero  a  Najtnebef  no  le  interesaba  únicamente  obtener  crédito  celestial.

               También  era  consciente  de  que  los  templos  controlaban  una  gran  parte  de  la

               riqueza temporal del país (tierras de cultivo, derechos mineros, talleres artesanos
               y acuerdos comerciales) y de que invertir en ellos era el modo más seguro de

               estimular la economía nacional. Y ello, a su vez, representaba el método más

               rápido  y  eficaz  de  generar  un  excedente  de  ingresos  con  el  que  reforzar  la
               capacidad defensiva de Egipto, en particular contratando a mercenarios griegos.

               Así pues, apaciguar a los dioses e incrementar el número de efectivos del ejército

               eran dos caras de la misma moneda, lo cual no significa que no se tratara de un

               equilibrio difícil; si se exprimía en exceso a los templos, estos podrían llegar a
               resentirse a causa de ello.

                  Como buen conocedor de la historia de su país, Najtnebef procuró evitar la

               lucha  dinástica  de  las  últimas  décadas  resucitando  la  antigua  práctica  de  la
               corregencia y designando a su heredero, Dyedhor (365-360), soberano adjunto, a

               fin  de  asegurar  una  transición  tranquila  del  poder.  Sin  embargo,  la  mayor

               amenaza  al  trono  de  Dyedhor  no  provenía  de  sus  rivales  internos,  sino  de  su
               arrogante política interior y exterior. No compartía para nada la cautela de su

               padre, y empezó su reinado en solitario tratando de arrebatar Palestina y Fenicia

               de  manos  de  los  persas.  Quizá  deseaba  recuperar  el  esplendor  del  pasado
               imperial de Egipto, o tal vez sintiera la necesidad de hacer la guerra al enemigo

               para justificar la continuidad de su dinastía en el poder. Fuera como fuese, se

               trató de una decisión tan precipitada como imprudente. Aunque Persia estuviera

               ocupada  en  sofocar  una  rebelión  de  los  sátrapas  en  Asia  Menor,  difícilmente
               cabía esperar que considerara la pérdida de sus posesiones en Oriente Próximo

               con ecuanimidad. Además, se corría el riesgo de que los enormes recursos que
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