Page 533 - Auge y caída del antiguo Egipto
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contaba con partidarios en todo el delta y también más allá de este; hasta los
               escribas del gobierno que trabajaban en el oasis de Jarga fechaban los contratos

               jurídicos  en  «el  año  2  de  Irethoreru,  príncipe  de  los  rebeldes».  Solo  en  el

               extremo sudeste del país, en las canteras del Uadi Hammamat, los funcionarios
               locales seguían reconociendo la autoridad del gobernante persa. Consciente de la

               popularidad  de  su  causa,  Irethoreru  acudió  al  gran  enemigo  de  los  persas,

               Atenas, para que le prestara apoyo militar. Los atenienses, todavía dolidos por la

               despiadada destrucción de sus lugares sagrados llevada a cabo dos décadas antes
               por el ejército de Jerjes, se mostraron encantados de ayudar. Así pues, enviaron

               una flota de combate a la costa egipcia, y las fuerzas conjuntas greco-egipcias

               lograron  arrinconar  al  ejército  persa  en  sus  cuarteles  de  Menfis  y  mantenerlo
               inmovilizado allí durante muchos meses. Pero los persas no iban a renunciar tan

               fácilmente a su provincia más rica. A la larga, gracias a su mera superioridad

               numérica, rompieron el cerco de Menfis y empezaron a recuperar el territorio

               región a región. Tras una lucha que duró casi una década, finalmente Irethoreru
               sería  capturado  y  crucificado  a  modo  de  cruda  advertencia  dirigida  a  otros

               posibles insurrectos.

                  Los egipcios, sin embargo, habían tenido ocasión de saborear brevemente la
               libertad, y no pasó mucho tiempo antes de que estallara otra rebelión, una vez

               más  bajo  el  mando  de  un  saíta,  y  de  nuevo  con  el  apoyo  ateniense.  Solo  el

               tratado  de  paz  firmado  en  el  449  entre  Persia  y  Atenas  comportó  una
               interrupción  temporal  de  la  participación  griega  en  los  asuntos  internos  de

               Egipto, y permitió la reanudación del libre comercio y el libre derecho a viajar

               entre  las  dos  potencias  mediterráneas  (uno  de  los  beneficiarios  de  la  nueva
               situación sería Herodoto, que visitó Egipto en algún momento de la década del

               440). Aun así, el descontento egipcio no se desvaneció, y la perspectiva de otro

               levantamiento importante parecía segura.

                  En el 410 estallaron disturbios civiles en todo el país, que en el extremo sur
               degeneraron  prácticamente  en  un  estado  de  anarquía  y  de  violencia

               intercomunitaria. Instigados por los sacerdotes egipcios de Jnum, en la isla de
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