Page 532 - Auge y caída del antiguo Egipto
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zoroástrica, y donde los inmigrantes persas de segunda generación podían
adoptar apodos egipcios.
En general, bajo el reinado de Darío I Egipto fue un dinámico crisol de
pueblos y tradiciones, un lugar de innovación cultural, una nación de próspero
comercio y una comunidad tolerante y multiétnica. Pero todo eso no estaba
destinado a durar.
LA SUPERVIVENCIA DE LOS MÁS APTOS
Los sucesores de Darío mostraron bastante menos interés en su satrapía egipcia.
Hasta dejaron de seguir, ni que fuera de boquilla, las tradiciones de la realeza y
la religión egipcias. La actividad comercial empezó a disminuir, y el control
político se redujo en la medida en que los persas centraron cada vez más su
atención en sus problemáticas provincias occidentales y en los estados de Atenas
y Esparta. Con este telón de fondo de debilidad política y malestar económico, la
relación de los egipcios con sus amos extranjeros empezó a agriarse. Un año
antes de la muerte de Darío I estalló la primera rebelión en el delta. El siguiente
«gran rey», Jerjes I (486-465), necesitaría dos años para sofocar el
levantamiento. Para evitar que el hecho se repitiera, purgó a los egipcios de las
posiciones de autoridad, pero eso no bastaba para cortar el problema de raíz.
Mientras Jerjes y sus funcionarios se preocupaban de combatir a los griegos en
las épicas batallas de las Termópilas y de Salamina, los miembros de las antiguas
familias provinciales de todo el Bajo Egipto comenzaron a soñar en recuperar el
poder; algunos de ellos hasta llegaron a atribuirse títulos reales. Después de
menos de medio siglo, el gobierno persa empezaba a descomponerse.
El asesinato de Jerjes I en el verano del 465 proporcionó la oportunidad y el
estímulo para una segunda revuelta egipcia. Esta vez la rebelión estaba
encabezada por Irethoreru, un carismático príncipe de Sais que seguía la
tradición familiar, y no sería sofocada tan fácilmente. En el plazo de un año