Page 534 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Abu, los alborotadores atacaron el vecino templo judío de Yahvé. Los autores
               fueron detenidos y encarcelados, pero, aun así, aquello era una señal de que la

               sociedad egipcia era una sociedad convulsa. En el delta, una nueva generación

               de príncipes izó la bandera de la independencia, encabezada por el nieto del que
               había sido líder rebelde cuarenta años antes. Psamético-Amenirdis de Sais fue

               llamado así en honor a su abuelo, pero también llevaba el orgulloso nombre del

               fundador  de  la  dinastía  saíta,  y  estaba  decidido  a  restablecer  la  fortuna  de  la

               familia. Psamético-Amenirdis inició en el delta una guerra de guerrillas de baja
               intensidad contra los amos y señores persas de Egipto, utilizando sus detallados

               conocimientos sobre la zona para desgastar a sus adversarios. Durante seis años

               la  rebelión  siguió  sin  amainar,  y  los  persas  tuvieron  ocasión  de  descubrir  la
               indefensión de una superpotencia a la hora de luchar contra un levantamiento

               decidido y respaldado por la población local.

                  Finalmente  se  produjo  el  punto  de  inflexión.  En  el  525,  Cambises  había

               aprovechado la muerte del faraón para iniciar su conquista de Egipto, y ahora los
               egipcios pagaron a los persas con la misma moneda. Cuando a comienzos del

               404  llegó  al  delta  la  noticia  de  que  el  «gran  rey»  Darío  II  había  muerto,

               Amenirdis se apresuró a autoproclamarse monarca. Fue solo un gesto, pero tuvo
               el efecto deseado de obtener el apoyo de todo Egipto. Hacia finales del 402, su

               reinado era reconocido como un hecho desde las costas del Mediterráneo hasta la

               primera catarata. Unos cuantos indecisos de las provincias siguieron fechando
               los documentos oficiales en función del reinado del «gran rey» Artajerjes II —

               diversificando así sus apuestas—, pero los persas tenían sus propios problemas.

               Un ejército de reconquista, reunido en Fenicia para invadir Egipto y restablecer
               el orden en la satrapía rebelde, tuvo que ser desviado en el último momento para

               hacer  frente  a  otra  secesión  en  Chipre.  Habiendo  escapado  de  tal  modo  a  un

               ataque  persa,  cabía  esperar  que  Amenirdis  diera  la  bienvenida  al  renegado

               almirante  chipriota  cuando  este  buscó  refugio  en  Egipto.  Pero,  en  lugar  de
               extender la alfombra roja para un compañero guerrillero, Amenirdis se apresuró

               a  mandar  asesinar  al  almirante.  Era  una  característica  demostración  de  la
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