Page 546 - Auge y caída del antiguo Egipto
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aunque uno rico— que otros imperios más jóvenes y ágiles se disputaban. La
               consciente  resignación  de  Petosiris  era,  pues,  síntoma  de  un  malestar  más

               amplio. Asustados y desconcertados por una situación global que cambiaba con

               rapidez,  la  mayor  parte  de  los  egipcios  prefirieron  mirar  hacia  otro  lado,
               depositar su confianza en sus antiguos dioses y continuar de todas formas.

                  El  último  y  débil  aliento  del  antaño  orgulloso  espíritu  de  independencia  de

               Egipto se produjo a finales del 338. El estímulo fue la muerte de otro «gran rey»

               persa. Mientras la corte de Persépolis lloraba el fallecimiento de Artajerjes III y
               se  preparaba  para  coronar  a  su  sucesor,  el  último  de  una  larga  estirpe  de

               libertadores egipcios se disponía a liberar a su país. Poco de cierto se sabe sobre

               el  misterioso  Jababash,  cuya  oscuridad  refleja  la  propia  desesperación  de  su
               causa.  Parece  ser  que  era  natural  de  Menfis,  o  al  menos  que  mantenía  una

               estrecha relación con la capital, y de hecho esta ciudad fue uno de los primeros

               lugares de Egipto en reconocer su «realeza». Pero la popularidad de Jababash no

               se  limitaba  al  Bajo  Egipto.  También  Tebas  apoyó  incondicionalmente  su
               tentativa  de  apoderarse  del  trono.  Desde  los  confines  superiores  del  valle  del

               Nilo hasta las orillas del delta, el país entero estaba deseoso de liberarse del yugo

               persa. Y Jababash representaba la mejor apuesta; de hecho, la única. Adivinando
               que la represalia persa probablemente se produciría en forma de una invasión

               marítima, se dirigió directamente a la ciudad portuaria de Per-Uadyet, de gran

               importancia estratégica, «cruzando las marismas que había en todos sus distritos,
               penetrando en la ciénaga del Bajo Egipto e inspeccionando todos los estuarios

               que conducen al Gran Verde [es decir, al mar Mediterráneo] para expulsar a la

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               flota  asiática  de  Egipto».   Era  una  estrategia  bastante  sensata;  pero  un  líder
               rebelde, incluso uno con todas las esperanzas y aspiraciones de Egipto sobre sus

               hombros, no era rival para el más poderoso y decidido de los ejércitos persas. La

               insurrección de Jababash duró apenas dieciocho meses. Su destino, como casi

               todo lo que le rodea, sigue siendo un misterio. El resultado final fue un renovado
               control persa bajo un nuevo «gran rey», Darío III (336-332 en Egipto, 336-331

               en Persia).
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