Page 548 - Auge y caída del antiguo Egipto
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victorioso. Como sabían muy bien los egipcios, con una historia más larga que la
               mayoría de los demás países, la historia la escriben los vencedores.

                  En aquel momento, sin embargo, la historia de los persas estaba llegando a su

               fecha de caducidad. Un colaborador egipcio, Sematauytefnajt, presenció desde
               una  posición  secundaria  cómo  Darío  sufría  otra  derrota  aplastante.  De  pronto

               Alejandro parecía imparable. Vencido por la añoranza o por un poderoso deseo

               de salvar la piel, Sematauytefnajt escapó del campo de batalla y volvió a Egipto,

               a esperar allí la instauración de un nuevo régimen y el surgimiento de nuevas
               oportunidades de mejora.

                  Cuando las noticias sobre Alejandro, su sed de gloria y su invencible ejército

               llegaron al valle del Nilo, los egipcios empezaron a preguntarse si él podría ser
               el caudillo que buscaban para que les liberara de los odiados persas. A falta de

               un héroe autóctono y enfrentados a una ardua elección entre Darío y Alejandro,

               el  macedonio  parecía  ser  el  menor  de  los  dos  males.  Desde  luego,  no  podían

               hacerse ilusiones en cuanto a sus métodos. Tras los siete meses de asedio a Tiro,
               en el primer semestre del 332, Alejandro había mostrado una crueldad ejemplar

               con quienes se habían atrevido a oponerse a él, ordenando la crucifixión pública

               de  los  supervivientes.  Unos  meses  más  tarde,  el  desafortunado  gobernador  de
               Gaza, que también había cerrado sus puertas a Alejandro, sufrió un destino aún

               peor. Fue atado a un carro estando aún vivo y fue conducido alrededor de las

               murallas de la ciudad hasta que murió a causa de las heridas en medio de una
               agonía insoportable. Alejandro no permitiría que nada ni nadie se interpusiera en

               su  camino.  Pero  los  egipcios  estaban  acostumbrados  desde  siempre  a  los

               gobernantes despóticos. Los dictadores autoritarios habían sido la norma en el
               valle  del  Nilo durante casi  tres mil años. Mientras el país miraba hacia  atrás,

               recordando  con  creciente  nostalgia  su  pasado  glorioso,  debió  de  tener  la

               sensación de que Alejandro era un hombre que se adaptaba muy bien al modelo

               faraónico tradicional: un tirano despiadado que debía ser respetado y temido. Y
               lo  que  era  aún  más  importante:  había  demostrado  ser  un  vencedor,  y  Egipto

               anhelaba la victoria, aunque fuera por mediación de un tercero.
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