Page 553 - Auge y caída del antiguo Egipto
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mostraran reticentes a aceptar otro monarca macedonio. Ptolomeo sabía que la
               impronta  de  Alejandro  le  resultaría  esencial  si  él,  un  plebeyo,  pretendía  ser

               reconocido como gobernante legítimo. En su lecho de muerte, Alejandro había

               expresado su deseo de ser enterrado en el recinto sagrado del templo de Amón
               en  Siwa;  pero  el  nuevo  regente  de  Macedonia,  Pérdicas,  había  decidido  por

               motivos  políticos  que  el  fallecido héroe debía ser enterrado, en cambio, en la

               necrópolis  dinástica  de  los  reyes  macedonios  en  Egina.  Parecía  que  todo  el

               mundo ansiaba el cuerpo de Alejandro como talismán de legitimidad.
                  Empleando  todas  sus  habilidades  tácticas,  perfeccionadas  en  los  campos  de

               batalla de Oriente Próximo, Ptolomeo urdió un osado plan para robar el cadáver

               de  Alejandro  ante  las  mismas  narices  de  Pérdicas.  Cuando  el  cortejo  fúnebre
               inició  su  andadura  desde  Babilonia  con  destino  al  Helesponto,  el  ejército  de

               Ptolomeo lo secuestró en Siria y lo obligó a que se desviara hacia Egipto. Una

               vez que el cuerpo del héroe estuvo a buen recaudo en suelo egipcio, Ptolomeo

               mostró sus cartas. Lejos de satisfacer los deseos de Alejandro, hizo enterrar su
               cuerpo  en  Menfis,  la  capital  tradicional  de  los  faraones.  Con  la  aureola  de

               Alejandro presidiendo la sede del gobierno, nadie podría negarle a Ptolomeo su

               derecho a gobernar.
                  De  manera  en  absoluto  sorprendente,  el  engaño  enfureció  a  Pérdicas,

               provocando de inmediato un conflicto entre Macedonia y Egipto; fue la primera

               de una agotadora serie de guerras internas entre los sucesores de Alejandro, que
               se prolongarían durante treinta y cinco años. Al mismo tiempo, se puso también

               de manifiesto la predilección griega por las contiendas familiares mortíferas, en

               virtud de las cuales se liquidó a todos los parientes supervivientes de Alejandro
               en el plazo de doce años desde su muerte. Primero, su heredero y hermanastro

               Filipo III fue asesinado por encargo de Olimpia, la madre de Alejandro. Luego,

               el hijo póstumo de este último, Alejandro IV, fue asesinado por su tutor.

                  En Egipto (donde, en aras del decoro, nunca se había permitido que aflorara la
               verdad  desnuda),  siguieron  contándose  las  fechas  como  si  el  joven  Alejandro

               estuviera todavía vivo y reinando. Pero aquello no era más que una hoja de parra
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