Page 557 - Auge y caída del antiguo Egipto
P. 557
espacios públicos, especialmente la plaza del mercado y los grandes templos. De
hecho, y como convenía a una capital administrativa y dinástica, diversos
recintos y palacios cubrían entre una cuarta y una tercera parte de la ciudad. El
mausoleo real y su colosal estatuaria, los tribunales y un gimnasio porticado; los
monumentos de estilo egipcio y griego, construidos con granito pulido y
reluciente mármol, se codeaban en una fascinante combinación de las culturas
helenística y faraónica. Alejandría era un lugar donde se unían dos mundos en
una mezcla rica y embriagadora, por más que algunos egipcios autóctonos
insistieran en referirse a ella despectivamente como «la obra en construcción».
Ninguna institución mostraba mejor la visión ptolemaica de Alejandría que la
Gran Biblioteca. Desde un primer momento, Ptolomeo I se mostró decidido a
arrebatarle la corona a Atenas y convertir su capital en el supremo centro
intelectual del mundo griego. Para ello creó una academia dentro del recinto de
palacio, presidida por un «sacerdote de las Musas». Rápidamente, dicho
«Museo» se convirtió en un centro neurálgico de investigación y enseñanza, en
la medida en que los Ptolomeos buscaron a los mejores cerebros de todo el
mundo griego y los atrajeron a Alejandría con la promesa de la libertad de
cátedra y un salario garantizado, pagado directamente por el erario real. Los
edificios del Museo tenían todos los elementos necesarios para una comunidad
académica: galerías cubiertas con recovecos y asientos para una tranquila
contemplación; un gran comedor, en el que sus instruidos miembros podrían
reunirse y discutir ideas, y, desde luego, una biblioteca. Pero no cualquier
biblioteca, sino la mayor colección de libros del mundo antiguo, adquiridos por
las buenas o por las malas en los mejores mercados de libros de la época.
Ptolomeo III ansiaba tanto adquirir ediciones originales de los clásicos literarios
griegos que hasta recurrió al robo descarado. Su treta consistía en tomar
prestados libros de las bibliotecas de Atenas a cambio de un cuantioso depósito
de quince talentos de plata. En cuanto los manuscritos estaban a buen recaudo en
Alejandría, Ptolomeo se limitaba a darles las gracias a los atenienses; podían
quedarse con el depósito, que él se quedaría con los libros.