Page 560 - Auge y caída del antiguo Egipto
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atravesaba como una especie de falla toda la sociedad ptolemaica. Puede que el
faro anunciara una tierra de oportunidades, pero no era ni mucho menos la
estatua de la Libertad. Había una pequeña clase de funcionarios, comerciantes y
soldados griegos que llevaban la batuta, mientras que la masa del campesinado
egipcio cultivaba los campos tal como había hecho siempre. Los Ptolomeos no
mostraron la menor vacilación a la hora de adoptar el modo de gobierno
autocrático y autoritario perfeccionado por sus predecesores faraónicos, y
confiaron las riendas del poder a una pequeña camarilla de favoritos reales de
habla griega. Desapareció el visir —el jefe de la administración egipcia desde
los albores de la historia—, que sería sustituido por un dioiketes. Bajo su mando,
otros funcionarios con títulos parecidamente extraños controlaban todos los
aspectos del gobierno, desde el secretario principal (hypomnematographos) en
Alejandría hasta el administrador principal (strategos) en cada una de las
provincias, designado por el rey para vigilar de cerca a la población autóctona.
La clase dirigente tenía sus gymnasia, bastiones de la cultura (masculina) griega.
Escribían y hablaban en griego, y seguían concibiéndose como griegos aun
después de tres o cuatro generaciones en Egipto. También tenían su propio
ordenamiento jurídico, importado de su patria, que regía de forma paralela al
sistema faraónico autóctono de tribunales, los cuales seguían decidiendo los
pleitos entre egipcios. Era, de una forma bastante literal, un buen ejemplo de una
situación en que hay una ley para quienes ocupan el poder y otra para el resto.
En los pueblos y ciudades del Egipto rural, sobre todo en el Fayum, con su
concentración de colonos militares griegos, la población autóctona no tuvo más
opción que acomodarse a aquella nueva cultura extranjera establecida en su
seno. Muchos entre los rangos inferiores de la burocracia adoptaban un doble
nombre; utilizaban los griegos —de un estatus más elevado— en el ejercicio de
sus cargos oficiales, pero volvían a sus nombres egipcios para los asuntos
privados. En una aldea típica como Kerkeosiris, los santuarios griegos
consagrados a Zeus y a los dos gemelos celestiales, Cástor y Pólux, rivalizaban
en espacio con los santuarios autóctonos, donde la gente todavía adoraba a las