Page 558 - Auge y caída del antiguo Egipto
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En su momento de mayor apogeo, la Gran Biblioteca contaba con medio
millón de rollos de papiro, que representaban la suma total del conocimiento en
cada ámbito de investigación. La riqueza de sus fondos escritos solo era
comparable con su rutilante conjunto de talentos académicos, en la medida en
que los sucesivos directores de la biblioteca reunieron en torno a ella a un
asombroso número de eruditos visitantes. Había uno o dos egipcios —
especialmente Manetón, un sacerdote de Tyebnetcher (la Sebennitos griega), al
que encargaron que escribiera una historia de Egipto—, pero la inmensa mayoría
de los intelectuales de Alejandría procedían de todo el mundo griego. Euclides,
el fundador de la geometría, fue traído desde la Escuela Platónica de Atenas para
organizar todo el corpus del conocimiento matemático griego en un sistema
unificado. El ingeniero Arquímedes inventó su dispositivo hidráulico mientras
estaba en Egipto, y el astrónomo Aristarco de Samos formuló la teoría de un
sistema solar con el Sol como centro. En el 245, el geógrafo Eratóstenes fue
nombrado director de la biblioteca. Durante su estancia en Egipto, calculó con
exactitud la circunferencia de la Tierra midiendo la longitud de la sombra
proyectada por un palo a la misma hora del día en Asuán y en Alejandría. Entre
sus contemporáneos en Alejandría había médicos formados en la tradición
hipocrática que establecieron el funcionamiento básico de los sistemas nervioso,
digestivo y vascular, mientras el poeta de la corte Calímaco recopilaba un
concienzudo catálogo de libros en la Gran Biblioteca, sentando las bases para la
supervivencia del estudio del griego tanto al final de la Antigüedad como en las
épocas posteriores.
En una ciudad provista de tales maravillas intelectuales, una última obra
maestra de la arquitectura brillaba —literalmente— pregonando los logros de
Alejandría hacia el lejano horizonte. En un islote rocoso, unido al continente por
un largo rompeolas, se alzaba el faro, que se proyectaba hacia el cielo hasta una
altura de más de cien metros. Encargado por Ptolomeo I y completado por su
sucesor en el 280, era un prodigio de la ingeniería. La gran torre estaba
construida con bloques de piedra que pesaban una media de 75 toneladas, y se