Page 562 - Auge y caída del antiguo Egipto
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hizo  del  puesto  de  sacerdote  de  Alejandro  —un  cargo  vetado  a  los  egipcios
               autóctonos—  el  más  alto  rango  clerical  del  territorio.  Tampoco  puede  decirse

               precisamente  que  a  Ptolomeo  le  venciera  la  modestia  cuando  se  trató  de  su

               propia divinización; más allá de las orillas del delta, en la isla de Rodas, estuvo
               encantado  de  ser  adorado  como  un  dios  durante  su  vida.  En  Egipto,  tras  su

               muerte,  fue  oficialmente  divinizado,  y  cada  cuatro  años  se  celebrarían  en

               Alejandría  unas  festividades  en  su  honor,  las  Ptolemaia,  acompañadas  de

               procesiones, sacrificios, banquetes y competiciones deportivas.
                  Ptolomeo II fue aún más lejos, pues fundó cultos para numerosos miembros

               de su familia, incluidas sus amantes. Su gran procesión del 275-274 proclamó la

               base material y militar de su realeza (griega), y al mismo tiempo tomó medidas
               para  refinar  sus  credenciales  de  faraón.  Poco  después  de  su  ascenso  al  trono,

               visitó muchos de los santuarios más importantes de Egipto, especialmente los

               consagrados a los cultos autóctonos a animales, a fin de cumplir con sus deberes

               religiosos como gobernante egipcio. Mandó colocar imágenes de sí mismo y de
               varios miembros de su dinastía en el Serapeum de Saqqara, junto a las estatuas

               del  toro  Apis  y  de  otros  dioses  egipcios.  Pero  sobre  todo,  y  como  todos  los

               buenos  faraones  que  le  habían  precedido,  honró  a  los  dioses  encargando  la
               construcción  de  nuevos  y  espectaculares  templos.  En  la  isla  de  File,  en  la

               primera  catarata,  se  inició  la  construcción  de  un  complejo  dedicado  a  Isis,  y

               también se emprendieron trabajos en Ipetsut, Gebtu (la Coptos griega), Iunet (la
               Tentyris griega), Saqqara y, en el delta, en Per-Hebet (la Iseum griega).

                  Los  templos  autóctonos  eran  bastiones  de  la  cultura  egipcia,  instituciones

               orgullosamente  independientes  que  se  encargaban  de  rechazar  las  influencias
               externas como un modo de mantener la religión y las costumbres faraónicas. Así,

               al  actuar  como  su  real  patrocinador,  a  la  manera  tradicional,  Ptolomeo  II

               confiaba en reconciliar a la población autóctona con el gobierno extranjero. Los

               templos  eran  también  importantes  terratenientes  y  centros  de  actividad
               económica, de modo que ofrecían beneficios materiales además de espirituales.

               Para aprovechar esta vital fuente de riqueza, Ptolomeo obligó a las fincas de los
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