Page 545 - Auge y caída del antiguo Egipto
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LA RESISTENCIA DE UN HÉROE


               Si  cualquiera  que  viviera  durante  la  invasión  persa  del  343  hubiera  podido

               recordar  la  conquista  de  Cambises  ciento  ochenta  años  antes,  sin  duda  habría

               experimentado  una  abrumadora  sensación  de  déjà  vu.  Pero  para  la  mayoría,
               acostumbrada a una independencia precaria, la reabsorción forzosa del país en

               un  reino  extranjero  debió  de  parecer  un  auténtico  desastre.  Muchos  egipcios,

               sobre  todo  en  las  provincias,  decidieron  adoptar  la  postura  del  avestruz  ante
               aquel último revés del destino. Agacharon la cabeza y continuaron con su vida

               normal en la medida de lo posible, manteniendo silenciosamente sus tradiciones

               autóctonas hasta donde pudieron, en un discreto desafío a sus amos extranjeros.
               Un claro ejemplo de esta tendencia fue Petosiris, un piadoso devoto de Thot que

               vivía en Jmun, el principal centro del culto al dios. Día tras día, como los miles

               de  ibis  sagrados  que  graznaban  y  chillaban  en  los  cercanos  campos  de

               alimentación,  Petosiris  cumplía  con  diligencia  ejemplar  con  sus  deberes  en  el
               templo; mientras, más allá de su limitado horizonte, el país bullía sumido en el

               malestar:


                    Pasé  siete  años  como  responsable  de  este  dios,  administrando  su  dotación  sin  que  se  hallara  falta
                  alguna, mientras el gobernante de tierras extranjeras era protector de Egipto y nada estaba en su antiguo
                  lugar,  dado  que  había  estallado  la  lucha  en  Egipto,  en  el  Sur  reinaba  la  confusión  y  en  el  Norte,  la
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                  revuelta … todos los templos sin sus sirvientes; los sacerdotes huían sin saber qué pasaba.

                  La inquebrantable confianza de Egipto en sus propias tradiciones representó

               tanto su genio como su ruina. Lo que había constituido la mayor fuerza del país

               en tiempos más felices y tranquilos, se convirtió en su punto débil al enfrentarse
               a fuerzas desconocidas. Las costumbres y soluciones que habían mantenido a la

               civilización egipcia en el tercer y el segundo milenios habían dejado de cumplir

               esa tarea. Egipto había perdido su preeminencia, y ahora solo era un país más —
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