Page 547 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Egipto nunca había sido tan vital para los persas, que necesitaban
desesperadamente su riqueza a fin de comprar el apoyo de mercenarios a un
imperio cada vez más asediado. Durante un siglo y medio, Persia había estado
luchando cuerpo a cuerpo con el mundo griego para hacerse con el control del
Egeo y de Anatolia. Esparta y Atenas habían demostrado ser huesos duros de
roer, presentando una resistencia heroica y humillando a los ejércitos del «gran
rey» con actos de valor y desafío. Ahora la atención se había desplazado hacia el
norte, al montañoso reino de Macedonia, que recientemente había tomado el
relevo del liderazgo panhelénico contra los persas. A finales del verano del 336,
exactamente en el mismo momento en que Darío III era entronizado en
Persépolis, el nuevo y joven rey de Macedonia, Alejandro III, era reconocido en
toda Grecia como jefe de la Liga de Corinto y comandante de la expedición
contra Persia iniciada por su padre. El mundo se hallaba en un punto de
inflexión; ¡lástima que Darío no supiera percibirlo!
En la primavera del 334, Alejandro cruzó el Helesponto, penetró en la
provincia occidental de Persia y marchó hacia el sur para entablar combate con
las pobladas filas del ejército imperial. La épica batalla del río Gránico, librada
en mayo de aquel mismo año, señaló el principio del fin para Darío y para
Persia. Durante el verano siguieron nuevas campañas en Anatolia, que
culminaron con el sitio de Halicarnaso. El otoño y el invierno presenciaron el
avance de las fuerzas de Alejandro a lo largo de la costa, arrasando todo lo que
se les ponía por delante. En noviembre del 333 tuvo lugar una segunda batalla
campal entre los dos ejércitos rivales en Isos, en Cilicia. Irónicamente, los persas
contaban con un importante número de egipcios entre sus fuerzas multiétnicas.
Sin duda, los soldados rasos luchaban por quien les pagara, pero la voluntad de
colaboración se extendía también a los miembros de la élite, incluido el hijo
mayor del exiliado Najthorhabet, que al parecer no vio contradicción alguna en
el hecho de apoyar al mismo ejército que había derrotado a su padre. Como
habían demostrado una y otra vez, los militares egipcios, hasta los de
graduaciones superiores, tenían un deseo primordial: el de alinearse con el bando