Page 94 - Auge y caída del antiguo Egipto
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     (2600-2575),  se  manifiestan  los  progresos  de  la  Era  de  las  Pirámides.  Sin
               embargo, a menos que la autoría de una pirámide en ruinas en Meidum se haya
               atribuido erróneamente, Huny no se dedicó a la construcción de pirámides a gran
               escala. Su mayor contribución a las futuras glorias de la civilización faraónica
               resultó  mucho  más  prosaica,  aunque  no  menos  significativa:  su  herencia
               arquitectónica  no  fue  una  sola  pirámide  de  tamaño  gigantesco,  sino  varias  y
               pequeñas,  repartidas  por  todas  las  provincias  de  Egipto.  Los  monumentos
               descubiertos  hasta  la  fecha  revelan  un  claro  programa  de  construcción.  La
               pirámide  más  meridional  fue  construida  en  la  isla  de  Abu,  siempre  un  lugar
               predilecto para las afirmaciones de poder real. Este monumento, y el palacio a él
               asociado, recibieron el nombre de «La Diadema de Huny». Siguiendo río abajo,
               el rey encargó otra pirámide en Dyeba (la actual Edfu), una tercera en El-Kula
               (cerca de Nejen), una cuarta en Tuj (cerca de Nubt) y una quinta en Abedyu.
               También se han identificado otros monumentos de la serie en Zawyet el-Mayitin,
               en el Egipto Medio; en Seila, en la linde del Fayum, y en Hutheryib (la actual
               Tell Atrib), en el delta. Cada uno de estos emplazamientos era, o bien una capital
               provincial, o bien un importante centro regional. Abu era la capital de la primera
               provincia del Alto Egipto, Dyeba era la capital de la segunda y Nejen, la capital
               de la tercera. Parece que la intención de Huny fue erigir una marca visible del
               poder real en cada provincia. Y, a juzgar por la pirámide de Abu, los centros de
               recaudación  de  la  hacienda  real  también  formaban  parte  del  plan.  Los
               monumentos no representaban meros símbolos de la autoridad del rey en todo el
               país, sino que eran también instrumentos prácticos de esa autoridad en la gestión
               centralizada  de  la  economía.  Para  la  población  local,  la  pequeña  pirámide
               escalonada  situada  en  medio  de  su  comunidad  debía  de  servir  de  constante
               recordatorio de su obligación económica para con el Estado: el deber de pagar
               sus impuestos y de respaldar a la corte y sus proyectos. Desde la perspectiva del
               Estado, los monumentos y los edificios administrativos a ellos asociados —con
               un complejo en cada provincia— hacían que la recaudación de ingresos fuera
               más fácil y más sistemática.
     	
