Page 137 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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C a p ítu lo  VI
                                 La sociedad etrusca



            Si poco se sabe de las ciudades, poco es también lo que se puede decir de la or­
        ganización política (monárquicamente federal) que los etruscos se dieron a sí mismos
        y de cómo estructuraron su sociedad. Ante la falta de información sobre estos extre­
        mos, son las referencias indirectas de algunos escritores griegos y latinos, y determi­
        nados textos epigráficos, los que permiten indagar algo acerca del ordenamiento po­
        lítico y social etruscos, cuyas gentes nunca fueron capaces de formar un Estado uni­
        tario o  «nación», sino que articularon sus instituciones de modo parecido  al de las
        antiguas ciudades-Estado sumerias y al de las pókis griegas.


        O r g a n iz a c ió n  po lític a

            Durante la etapa formativa del pueblo etrusco (siglos ix-viii a.C.) la población es­
        taría controlada por la poderosa clase social de unas gentes maiores,  tal vez repartidas
        en diferentes tribus, detentadoras del poder político y económico. Al frente de ellas
        hubo de estar un monarca —en realidad una especie de lo que luego sería el princeps
        civitatis latino— probablemente elegido por sufragio, llamado, al decir de Servio (Ad
        Aen„  II, 278; VIII,  65), lucumón —en etrusco, luchme o lauchme—,  con poder real
        (truna), no se sabe si temporal o a término, sobre los príncipes o jefes de las familias
        patricias, así como con plenas atribuciones judiciales, militares y religiosas.
           La propia evolución social, con la presencia de gentes minores, como contrapeso a
        las tradicionales estructuras gentilicias monárquicas, conoció en el siglo vi a.C. algu­
        nos episodios  de tiranías, instauradas por —valga la expresión anacrónica— arroja­
        dos condottieri o «señores» que, con su ejército personal, obligaron a aceptar su candi­
        datura a la monarquía de la ciudad, imponiéndose así sobre las grandes familias aris­
        tocráticas.
           Algunas estelas de —hay que suponer— osados, turbulentos y ambiciosos gue­
        rreros (Avele Feluske, Larth Athamies, Avele Tites) confirman la existencia de tales ejér­
        citos privados, cuyos componentes, a finales del siglo vil y principios del vi a.C., for­
        marían una clase privilegiada.
           Los atributos del poder del monarca —de los que hablan Estrabón (V, 2), Dioni­
        sio de Halicarnaso (III, 61), Floro (I, 5) y Silio Itálico (Pún., VIII, 483-487) y testimo­
        nian algunas pinturas (Tomba del Tifone,  Tomba degli Hescanas)—,  que serían luego to­
        mados por Roma, fueron la corona de oro, el cetro de marfil coronado por el águila,

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