Page 138 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
P. 138

la tunica palmata,  la toga picta,  el paluda­
                                             mentum,  la  silla  de  marfil  sin  respaldo
                                             (sella curulis), y el derecho a ser acompaña­
                                             do por lictores portando  al hombro un
                                             manojo de varas (fasces), atadas alrededor
                                             de un hacha (securis) de doble filo (bipen­
                                             nis)  —de  origen  egeo—,  símbolo  este,
                                             compuesto,  que  dejaba  ver  la  máxima
                                             autoridad política en cuanto controlado­
                                             ra de la justicia y de la administración, al
                                             decir del erudito romano del siglo iv de
                                             nuestra era Macrobio (Satur, I,  15). A to­
                                             dos estos atributos se añadían también la
                                             bulla aurea (llamadada en las fuentes lati­
                                             nas  etruscum aureum),  con  clara  función
                                             de amuleto, y el anillo de oro. Incluso se
                                             ha  llegado  a  admitir  (G.  Devoto,  por
                                             ejemplo) que la palabra triumphus llegó a
                                             Roma a través del etrusco, que, a su vez,
                                             la  había  tomado  del  griego  thríambos.
                                             Uno de los  elogia tarquiniensia confirmó
                                             los  orígenes  etruscos  del  «triunfo roma­
                                             no»,  entre  cuyos  ornamenta figuraban  el
                                             cetro coronado con el águila y la corona
                                             áurea.
                                                Una  placa  de  terracota  pintada,  de
                                             Caere (Placa Campana), del siglo vi a.C.,
                                             hoy en el Museo del Louvre, representa
                                             el diálogo entre dos personajes. De ellos,
                                            uno, identificable tal vez con el rey Feres
       de Tesalia, está figurado a modo de un rey etrusco, sentado en la sella curulis, portan­
       do cetro y vistiendo la toga picta, la tunica palmata y calzando calcei de aguda punta re­
       curvada de claro estilo oriental. Frente a él, se halla su hijo Admeto, vestido también
       a la etrusca.
           Que sepamos, tan sólo se acepta la existencia, hasta hoy, de un cetro, reconocido
       como etrusco y que fue hallado en una tumba de Veyes. Se trata de un bastón lígneo
       (65 cm de longitud), del siglo vil a.C., revestido con lámina y clavos de plata, al que
       se  le  había  aplicado  un  pomo  de  bronce  fundido  con  incrustaciones  de  hierro,
       que formaban palmetas de gusto fenicio.
           Por otra parte, fragmentos marfileños, hallados en Bolonia a finales del siglo XIX,
       facilitaron la prueba arqueológica de una sella curulis etrusca, fechable a finales del si­
       glo vi a.C. Asimismo, una bipennis, rodeada de varas de hierro, encontrada en la Tom­
       ba delLittore, de Vetulonia (hoy en Florencia), y tres modelos de bipennes en bucchero, de
       mitad del siglo vil a.C., hallados en Tarquinia, además de la bipennis de Sarteano, y la
       famosa Estela de Avele Feluske, confirmaron las palabras del poeta y cónsul latino Silio Itá­
       lico (Pún., VIII, 483-487), del siglo i de nuestra era. Tal autor señaló que Roma había re­
       cibido de Vetulonia la costumbre de hacer preceder a los magistrados por doce fascícu­
       los, a los que agregó otras tantas hachas que difundían un mundo de terror.
   133   134   135   136   137   138   139   140   141   142   143