Page 197 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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Teopompo, en el libro XLIII de sus «Historias», dice que era costumbre entre
los tirrenos poseer a las mujeres en común. Las mujeres procuraban gran cuidado a
su cuerpo y a menudo hacían gimnasia incluso con hombres, aunque a veces tam
bién entre ellas; no es una deshonra que las mujeres se muestren completamente
desnudas. Además banquetean no con sus propios maridos sino con cualquier hom
bre, y brindan a la salud de quien quieren. Son grandes bebedoras y tienen buena
presencia.
Los tirrenos crían a todos los niños que nacen sin saber quién es el padre de
cada cual; éstos siguen, a su vez, el mismo modo de vida de quienes los han educa
do, embriagándose a menudo y uniéndose a todas las mujeres. No es vergonzoso
para los tirrenos mostrarse en público haciendo «algo» [el acto sexual] e incluso su
friéndolo, pues se trata de una costumbre de su país.
Tan lejos están de concebir esto como indecoroso, que cuando el dueño de la
casa está entregado al amor y alguien pregunta por él, se le dice que está haciendo
esto o aquello, llamando al acto por su indecente nombre.
Cuando están reunidos entre amigos o familiares, actúan de la siguiente forma:
una vez que han cesado de beber y se disponen a retirarse, los esclavos les llevan,
mientras las lámparas están todavía encendidas, bien prostitutas, bien hermosos mu
chachos o incluso mujeres casadas, y cuando han disfrutado de éstos, los esclavos
hacen entrar robustos jóvenes, quienes, a su vez, se unen unos con otros. A veces ha
cen el amor a la vista de todos, pero más frecuentemente sitúan alrededor de los le
chos unas mamparas de celosía, sobre las que echan sus ropas. Ellos se unen a las
mujeres con gran placer, pero también gozan con niños y adolescentes; en su país
estos últimos tienen muy buena apariencia, pues viven en el lujo y conservan sus
cuerpos lisos [...]. También entre los tirrenos existen muchas tiendas con especialis
tas similares a nuestros barberos. Cuando entran allí, se ofrecen sin reservas, no im
portándoles si están frente a espectadores o transeúntes.
Evidentemente, estas apreciaciones son exageradas, aun cuando pudiera existir
un fondo de verdad. En cualquier caso, tales costumbres nunca permanecieron está
ticas, sino que se adecuaron a los cambios sociológicos.
En los primeros siglos de historia etrusca, la mujer —según han revelado los ajua
res de las tumbas— hubo de ser recatada, destacando en su función de madre, dedi
cada por entero a sus hijos (los ejemplares etruscos de mater lactans así lo testimonian,
caso del ejemplar votivo de terracota de Caere, hoy en el British Museum), a su fa
milia, a gestionar los bienes domésticos y a sus trabajos hogareños (tintinnabulum de
la Tomba degli Ori). Sin embargo, es verdad que pronto, bajo el efecto del bienestar
económico y la concentración del poder y de la riqueza en unas pocas manos, la mu
jer etrusca comenzó a «salir de las paredes domésticas», en expresión de A. Rallo, y
participar en banquetes y procesiones, mostrándose así en público, incluso subida en
bigas, o asistiendo a espectáculos públicos (juegos atléticos). Luego, con el devenir de
nuevas situaciones sociopolíticas, la mujer volvió a atender su hogar, complaciendo
a su marido (espejo de Copenhague), a amamantar a sus hijos (tema de la mater lac
tans, antes aludido, en un quemaperfumes de Tarquinia, del siglo rv a.C.) y a educar
a sus hijos (urna de terracota de Chiusi).
Sea como fuere, la carencia de testimonios literarios nos impide conocer la exac
ta posición y el grado de libertad de la mujer en la sociedad etrusca, cuyas «conquis
tas sociales» se remontarían, sin duda, a tiempos antiquísimos, siendo residuo del es
tado de cosas que había prevalecido en las civilizaciones mediterráneas de tipo agra
rio antes de la llegada de los indoeuropeos. Luego, al contacto con las culturas
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