Page 239 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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mitológicos, pasando a designar, aveces, el combate entre Peleo y Atalante, como de
muestra un espejo etrusco del Vaticano.
Una inscripción existente en el monumento de los tesalios de Farsale, descubier
to en 1894 en Delfos (se trata de una basa de caliza con una serie de ocho estatuas y
ocho textos grabados sobre el zócalo), recoge la presencia, entre los años 490-480 a.C.,
de un luchador etrusco —el hombre más fuerte de los tirrenos— que, sin embargo, había
sido derrotado y muerto en un combate por un tal Telémaco. Se ignoran los detalles
del porqué de la estancia de tal etrusco en Delfos, aunque no sería aventurado supo
ner, como lo hace J.-P. Thuillier, que habría acudido a tal localidad griega a participar
en algún combate de exhibición o enrolado en un equipo de luchadores para dispu
tar combates abiertos entre Etruria y Grecia.
Los luchadores practicaban su deporte totalmente desnudos y en algunas ocasio
nes iban sólo con un suspensor. Las manos estaban protegidas con manoplas o cin
tas de cuero enrolladas alrededor de las mismas y de la muñeca, dejando los dedos li
bres (Tomba della Scimmia). A veces se enrollaron con las indicadas cintas de cuero
únicamente los dedos, pero dejando libre el pulgar, como puede verse en la Cista
Ficorini.
Cañeras de canos y de caballos
Las carreras de carros consistieron básicamente en competiciones de bigas, trigas
y cuadrigas, diferenciándose las mismas, de acuerdo con el material llegado, no sólo
por el número de caballos (2, 3 y 4), sino también por las vestimentas de los aurigas,
las riendas y la tipología técnica, según se tratara del tipo de carro arrastrado. Un án
fora póntica, conservada en Múnich, de la mitad del siglo vi a.C., contiene el docu
mento más antiguo de este tipo de competición, recogido también en algunas síta
las, junto a otras escenas de lucha o de costumbrismo, y en las pinturas de algunas
tumbas.
La figuración de aquellas carreras presenta, en opinión de R. C. Bronson y
A. Azzaroli, indudables analogías con la tradición griega; sin embargo, en Etruria tu
vieron algunas diferencias específicas, siendo la más significativa el lugar de compe
tición, que no era otro que el propio campo abierto.
De acuerdo con las representaciones de la Tomba delle Olimpiadi de Tarquinia, y la
Tomba del Colle, en Chiusi, los competidores debían alcanzar una meta, indicada me
diante una columna o palo que debían traspasar para volver al punto de partida. Las
pinturas con esta temática son muy vivaces, pues en ellas se ha logrado captar la ve
locidad, las caídas que se producían (caso del auriga que cae dando una voltereta en
el aire, de la Tomba di Poggio al Moro de Chiusi), la tensión de los propios aurigas
—algunos aparecen con la cabeza vuelta escrutando la situación de la carrera—, los
latigazos que propinan a sus caballos, etc.
Las carreras de bigas —las más populares— tuvieron continuidad, como es sabi
do, en tiempos romanos. Por ejemplo, en época de Cicerón, en el gran circo de
Roma llegaron a correr cuadrigas propiedad de Aulo Caecina, heredero de una
rica familia patricia de Volterra, quien para anunciar a sus amigos de aquella ciu
dad el resultado de las carreras dejaba escapar golondrinas, traídas a Roma desde
la propia Volterra, pintadas con los colores del partido ganador (Plinio el Viejo,
Nal. Hist., X, 71).
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