Page 25 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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C a p ít u l o II
El problema etrusco
El primer capítulo con personalidad propia de la historia de la península itálica
lo inician, sin duda alguna, los etruscos, que fueron llamados tyrsenoi y tyrrhenoi por
los griegos, y tusci y etrusci por los latinos, pero que a sí mismos se llamaron rama,
transcrito rasenna por Dionisio de Halicarnaso (I, 30).
Según C. De Simone, un cáliz de impasto negruzco, localizado en Pontecagnano,
fechable en la segunda mitad del siglo vil a.C., con la inscripción incisa mi mulu ve-
nelasi velchaesi rasuniesl, recogería en su gentilicio la más antigua mención del nombre
étnico de los etruscos, conectado con el vocablo rasenna, al que antes hemos aludi
do, confirmando así lo dicho por Dionisio de Halicarnaso.
Tal pueblo, el etrusco, muy diferente de todos los demás, no sólo por su lengua,
sino también por su género de vida y sus costumbres, al decir del precitado autor griego,
presenta todavía sin resolver una serie de interrogantes que en su conjunto constituye
lo que se ha dado en llamar por parte de la historiografía el problema etrusco.
Este problema, que hoy día tiende a considerarse como algo secundario en los es
tudios etruscológicos, puede centrarse en dos aspectos muy concretos: el descifra
miento de su lengua y el origen geográfico. Quizá, resolviendo el problema lingüísti
co, se desvelaría la patria originaria del pueblo etrusco, que se halló constituido his
tóricamente en Italia sólo a partir del siglo viii a.C., alcanzando una civilización
mucho más evolucionada que la de todos sus vecinos itálicos.
Fu e n t e s d e e s t u d io
Las fuentes para el estudio de los etruscos presentan peculiaridades que hacen
distinguirlas de las de otros pueblos de la Antigüedad.
Ante todo está, como se ha dicho, el problema de su lengua, la cual aunque se ha
podido leer con facilidad desde hace mucho tiempo, sin embargo se resiste a ser tra
ducida. Le sigue el de sus textos, que son en su mayoría de corta extensión, muy
poco significativos y, por lo general, de carácter funerario. A ello debe añadirse la pér
dida total de su literatura, que, por desgracia, pasó al olvido más absoluto cuando la
historia etrusca tocó a su fin.
Privados de sus grandes textos y sin conocer exactamente su lengua, las dos úni
cas vías de estudio con que contamos son la Arqueología y las referencias escritas que
de tal pueblo dejaron algunos autores griegos y latinos. El cultivo de estas dos fuen
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