Page 261 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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nen sus redes y demás artilugios de caza y tienden sus trampas; pero, además, allí se
                aposta un flautista de talento que procura tocar sus melodías más armoniosas y ha­
                cer sonar lo más dulce que exista en el arte de las flautas. Y, en el silencio y la paz
               reinante,  esta música alcanza fácilmente las cumbres, los valles y el fondo de la es­
               pesura.  En definitiva,  el sonido penetra en todas las madrigueras y guaridas de los
               animales.  Y al principio empiezan por asombrarse y tener miedo, pero después el
               puro e irresistible placer de la música se apodera de ellos y, una vez que los ha sedu­
                cido, olvidan sus cachorros y su guarida. Y, aunque a los animales no les gusta ale­
               jarse de su territorio, arrastrados como si fueran víctimas de un encantamiento, fas­
                cinados por la melodía, se acercan y caen en las redes de los cazadores.

           El jabalí —cuya caza tal vez en plan colectivo confería gloria a su cazador—, el cier­
        vo y la liebre fueron apreciados por la exquisitez de su carne, lo mismo que diferentes
        tipos de aves (patos, perdices, codornices, tordos). No cazaron, sin embargo, los anima­
        les de significación religiosa, cuya relación quedó reseñada en sus Libri Ostentaría.
           Una copa de plata y oro, del siglo vi a.C., procedente de la Tomba Regolini-Galassi de
        Caere (hoy en el Museo de Villa Giulia de Roma), recoge el motivo del arquero a ca­
        ballo cazando leones y águilas. Se trata de una decoración insólita en el ámbito etrus­
        co —pues se ignora si cazaron o no a caballo—, aunque no en el oriental ni en las
        regiones esteparias del norte del mar Negro y del Caspio. En cualquier caso, debe in­
        dicarse que tal copa no fue fabricada en Etruria, sino en algún taller fenicio.
           Curiosa es la corta escena de caza que se aprecia en el pie de la oinochoe de Tra-
        gliatella, en la cual aparecen un perro y una liebre.  Quizá el artista no llegó a finali­
        zar su trabajo, pues la disposición de ambos animales es inusual: la liebre parece per­
        seguir al perro y no al revés.
           Aunque no fue corriente, algunas representaciones (ánfora de figuras negras de
        Múnich,  Tomba Quemóla I,  de Tarquinia) recogieron la presencia de la mujer en par­
        tidas venatorias. Este hecho, que no tuvo paralelos ni en el mundo griego ni en el ro­
        mano contemporáneos a los etruscos, testimonia la costumbre específicamente etrus­
        ca de no excluir a las mujeres de ninguna actividad.
           A partir del siglo m a.C., las representaciones venatorias se hicieron cada vez más
        esporádicas, dado que las clases sociales aristocráticas fueron disminuyendo su pres­
        tigio. La caza había perdido, pues, su carácter deportivo, propio de los grupos aristo­
        cráticos, prevaleciendo sin más su significado alimentario.
           Por supuesto, muchas de las escenas de caza que nos han llegado pueden interpre­
        tarse en clave elitista para destacar el estatus del cazador (caza de leones y avestruces, ani­
        males que no se dieron en Italia), mitológica (león ñemeo, jabalí calidonio, aves estinfá-
        lidas), funeraria (felinos, monstruos de cuerpo leonino) y aun erótica (ciervo, liebre).
           Al no haber llegado literatura específica sobre la caza (normativas jurídicas, reli­
        giosas, organización, vedas, precios), muchos de los aspectos sobre la misma perma­
        necen en nuestro más absoluto desconocimiento.



        La p e s c a
           Por su parte, la pesca ocupó, asimismo,  a no pocos etruscos, aunque lo  común
        fue que esta actividad quedase en manos de las clases socialmente inferiores (su prác­
        tica no exigía costos ni dotes físicas), para las que su ingesta constituía un importan­
        te aporte de proteínas.

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