Page 258 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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Las referencias literarias, transmitidas por Macrobio (Saturnalia, III, 20), nos ha
blan de tres listas con nombres de árboles que han de tenerse en consideración. Las
mismas aluden a fici («higos»), a arbores felices (o de buen augurio) y a arbores infeli
ces (o de mal augurio), catalogados así en función del color de las hojas o frutos que
tuvieran. La primera lista, con un repertorio de 25 especies de higos, enumeradas
por orden alfabético, fue tomada por Macrobio del gramático de época augústea
Cloacio Vero. Debe indicarse que el higo blanco (ftcus alba) era de buen augurio y
el negro (ficus nigra) de malo. La segunda lista la tomó de Veranio, autor de finales
de la República romana, y la tercera del Ostentarium arborarium del arúspice Tarqui
cio Prisco.
Respecto al listado de los arbores felices, Veranio comenzaba en sus Libri auspicio
rum con diferentes especies de encinas: la encina ordinaria (avercus), el roble (aescu
lus), la carrasca (ilex) y el alcornoque (suberies). Les seguían la haya (fagus), el avellano
(corylus), el serbal (sorbus), la higuera blanca (ftcus alba), el peral (pirus), el melocotón
(malus), la viña (vitis), el ciruelo (prunus), el cornejo (cornus) y el almez (lotus). Este lis
tado de arbores felices no incluyó ni el laurel, tal vez porque sus bayas son de color ne
gro, ni el olivo, por existir la variedad de aceitunas negras.
La lista de Tarquicio Prisco, recogida en su Ostentarium arborarium, tras señalar
que determinados arbores son llamados infelices por hallarse bajo la protección de los
dioses infernales, enumera árboles de bayas y frutos negros y árboles y arbustos de ra
majes espinosos. Así, recoge la aladierna (alaternus), la caña sanguina (sanguis), el he-
lecho (filixj, el higo negro (ficus atra) y todos los que producen bayas y frutos negros.
Igualmente, arbores infelices son el acebo (acrifolium), el peral salvaje (pirus silvaticus), el
ciruelo (pruscus), la zarza (rubus) y los arbustos espinosos (sentes).
Todos estos árboles debían ser empleados para quemar vivos a los monstra, esto
es, a los seres vivos, animales o personas, que hubiesen nacido con deformaciones fí
sicas, y a cuantos prodigios y presagios fuesen considerados funestos.
Ya en tiempos romanos, y para Plinio el Viejo (Nat. Hist., XIV, 119), los árboles toca
dos por los rayos hubieron de estar incluidos entre los arbores infelices. Asimismo, consi
deró que la madera de determinados árboles podía tener «hechizos» defensivos y ofensi
vos a la vez. En tal sentido recogió una creencia (Nat. Hist., 45) según la cual un pedazo
de madera de un árbol golpeado por el rayo, arrancado con los dientes y teniendo las ma
nos detrás de la espalda, aplicado después sobre un diente dolorido, calmaba el dolor.
Los arbustos y árboles negativos, según R. Bloch, evidenciaban para los etruscos
prodigios funestos, siendo expresión de potencias infernales y, por lo tanto, anuncia
dores de males y desgracias.
Frente a ellos estaban, sin embargo, los arbores felices, comestibles y reguladores
del desarrollo de la vida del ciudadano.
El vino y el aceite
La viña, dejando a un lado la vitis silvestris, conocida desde tiempos neolíticos,
apareció primeramente como cultivo organizado en Campania, desde donde pasó al
Lacio y a Etruria meridional a finales del siglo ix a.C. Su cultivo (vitis vinifera) tuvo
un significado no sólo económico, sino también político, dado que su producto, el
vino (estudios de B. Bouloumié), quedó muy pronto unido al sympósion, práctica
que, importada desde Grecia, llegó a estar muy difundida entre la aristocracia etrus-
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