Page 271 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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Nacional de Tarquinia, o del área sirio-palestina, caso del vaso en fritta azul de Vulci,
de gran preciosismo, hoy en Berlín. También de Fenicia y Rodas, como el collar egip-
tizante localizado en la tumba antes citada, adornado con amuletos que figuran las
divinidades egipcias Nefertum y Sekhmet.
El marfil, trabajado o no, piezas metálicas cinceladas, vasos de plata, variadísima
joyería y magníficos trípodes y calderos de bronce arribaron desde Chipre, Fenicia,
Siria, Urartu y Asiría. Asimismo, con el ámbar (Plinio el Viejo, Nat. Hist., XXXVII,
30-53), venido del norte de Europa, se fabricaron apreciadísimas joyas durante la
etapa orientalizante. Las élites sociales fueron muy aficionadas a todos aquellos
productos y bienes representativos de la exhibición del lujo, propia de aquella eta
pa histórica.
Las relaciones comerciales exigidas para el acopio de tales bienes de consumo
precisaron, como es natural, de la concesión de empória, por parte de las autoridades
etruscas, a comerciantes extranjeros (singularmente de origen griego), siendo los más
importantes los que se autorizaron en Pyrgi, el puerto de Caere; Gravisca, el puerto
de Tarquinia; y Regae, el de Vulci. En ellos, se ubicaron también, en virtud del hospi
tium, enclaves religiosos de culto griego.
Por el Occidente los etruscos comerciaron sobre todo con vino, cerámicas (án
foras, kántharoi y diversa vajilla de mesa), metales y, en menor cantidad, con acei
te y marfil. De Córcega, por ejemplo, además de recibir —después del control de
la isla— minerales como tributo, también obtuvieron bienes muy solicitados y es
casos, tales como resinas, cera y miel, y sobre todo esclavos, al decir de Diodoro de
Sicilia (V, 13).
Los materiales descubiertos en las costas del sur de Francia (M. Py, B. Boulou-
mié), singularmente los aportados por los restos de naufragios ocurridos en el siglo vi a.C.
(Cap d’Antibes, Bon-Porté, Pointe du Dattier, Esteü deu Mieü, Pointe Lequin, Cas-
sis, Sausset-les-Pins y Grand Ribaud F, cerca de la isla de Giens), así lo constatan. Asi
mismo, en España, según M. Almagro Gorbea, E. Sanmartí y M. A. Martín, una cin
cuentena de yacimientos, distribuidos a lo largo de la costa mediterránea (Ampurias,
Ullastret, Toscanos, Málaga) y del Atlántico meridional (Cádiz, La Algaida, Huelva),
con alguna penetración en el interior (La Pedrera —en Lérida—, Segóbriga, Alcu-
rucén, Cancho Roano) y en las Baleares, han facilitado materiales etruscos, sobre
todo ejemplares de bucchero y ánforas de vino, así como algunos bronces, joyas y
estatuillas.
El comercio con la Europa central, septentrional y oriental fue, aunque no im
portante, sí significativo, enviándose —o intercambiándose por terceros— objetos
de ornamentación personal (fíbulas), vajilla y calderos de bronce —como el hallado
en Hassle (Suecia), del período orientalizante—, cerámicas finas, armas, manufactu
ras de marfil, calzados de lujo y, particularmente, vino.
Uno de los problemas al analizar el comercio consiste en la heterogeneidad de
los cargamentos, muy evidente en el comercio marítimo del siglo vi a.C., según han
demostrado los pecios detectados en aguas del Mediodía francés. En Cap dAntibes,
según señaló M. Gras, junto al material etrusco (180 ánforas de transporte), se locali
zaron ánforas corintias y una lámpara púnica; en los otros pecios aparecía material
griego asociado al etrusco (Grand Ribaud F). Ello quiere decir, en el supuesto de que
las naves que transportaban tales cargamentos fueran etruscas —la identificación de
su procedencia se desconoce—, que los etruscos, al igual que los fenicios, se dedica
ron también al comercio de redistribución.
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