Page 273 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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merciaba, no dudando muchos nobles en hacerse propietarios de barcos para obte­
        ner todavía mayores rendimientos económicos, en el supuesto de que mantuvieran
        contactos  comerciales  con lugares más  o  menos  distantes.  Ejemplo  de  esta  afirma­
        ción sería la célebre y varias veces citada oinochoe de Tragliatella,  de finales  del si­
        glo vil a.C., en la que se representa, entre otros asuntos, a un noble, un barco y una
        serie de animales. Como ha señalado J. Martínez-Pinna, lo que sobresale en la figu­
        ración de tal vaso es la relación directa entre el mercader, el medio y el producto del
        comercio realizado o por realizar.
           Por otra parte, los extranjeros podían participar también en el mecanismo comer­
        cial etrusco, cuyo ejemplo puede verse, como se dijo, en el noble corintio Demara­
        to,  padre  de  Tarquinio  Prisco,  que  comerciaba,  a mitad  del  siglo vil  a.C.,  con los
        etruscos «llevando mercancía griega a los etruscos y mercancía etrusca a Grecia», al
        decir de Dionisio de Halicarnaso (III, 46).
           A lo largo del siglo vi a.C. —y del v a.C., aunque en menor número— continuaron
        reproduciéndose los mismos tipos de barcos y actividades comerciales en ambientes aris­
        tocráticos, lo que quiere decir que el comercio, que seguía basándose en el principio del
        intercambio, pudo organizarse de modo continuado y sistemático gracias al nacimiento
        de una verdadera clase mercantil, la cual iba logrando dar salida a los excedentes agríco­
        las (venta de trigo a Grecia y Roma), así como a la producción artesanal e incluso indus­
        trial, importando, como contrapartida, productos de gran valor material que satisfacían
        ante todo a las clases económicamente elevadas del período orientalizante.
           En aquel siglo, los golfos de Génova y de León fueron surcados una y otra vez
        por las naves etruscas en busca del estaño, que arribaba allí por vía interior desde Bre­
        taña y Cornualles. Los despojos de una serie de naves naufragadas, a cuyos pecios ya
        se ha aludido, así lo demuestran. Lo mismo cabe decir de todo el sur del mar Tirre­
        no, Sicilia y la Magna Grecia, puntos en los que, a cambio de productos griegos de
        prestigio (cerámicas  finas, marfiles,  perfumes,  manufacturas  metálicas),  los  etruscos
        entregaban metales, cerámicas, cereales y vino.



        Las «tesserae hospitales»_

           Las relaciones personales, que descansaban en la economía mediante el sistema
        del don, se fueron adaptando con el paso del tiempo a un marco más regular a tra­
       vés  de  una  especie  de  tesserae hospitales,  puestas  de  manifiesto  por  G.  Messineo
        en  1983.  Tales  tesserae constituyen unos verdaderos  «documentos  de  hospitalidad»
        consistentes en plaquitas de marfil de variadas formas, decoradas y provistas de unos
        agujeros, que tenían que coincidir con una plaquita gemela que poseía la otra parte
        con la que se había alcanzado el pacto o el acuerdo económico. En una de sus caras
        existe una inscripción con el nombre del propietario de la misma, constituyendo de
        hecho una especie de carta de presentación que el tenedor de la plaquita utilizaba en
        sus desplazamientos y en las relaciones comerciales con el poseedor de la tablilla
        gemela.
           Conocemos tres de esas importantes plaquitas, todas del siglo vi a.C.
           Una, de marfil y con la forma de un jabalí, fue hallada en la africana Cartago, en
       la necrópolis  de  St.  Monique —su texto (TLE,  724)— dice mipuinel karthazie els
       [—]na,  que podemos traducir, hasta donde es posible, como «Yo soy el Púnico Car­
        taginés...». Otra —a la que ya se aludió con anterioridad—, en Roma (araz silqelenas

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