Page 436 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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C r o n o l o g ía  y d if u s ió n  d e  l o s  t e x t o s  e t r u s c o s
            Los textos etruscos, tras una fase previa en la que la oralidad fue la característi­
         ca,  comenzaron  a fijarse por escrito  hacia el  700  a.C.  La más  antigua inscripción
         parece ser un graffito sobre una copa de importación corintia, conocido como An­
         tiquissimum de Tarquinia (CIE,  10159). Aunque el sentido del texto es incierto, apa­
         rentemente recoge la realización o entrega de la copa por un tal  Velthu a un Nume­
         rius.  Los textos más tardíos, por otro lado, alcanzaron la época de Augusto, consi­
         derándose  la inscripción bilingüe  sobre  una urna cineraria de Arezzo  (TLE,  661)
         como el último de los textos etruscos. La misma recuerda a un  V  Cazi(Caius Cas­
         sius).  No  obstante,  el  etrusco  se  siguió  utilizando  como  lengua  sagrada  hasta  co­
         mienzos del siglo V.
            Según hemos indicado, se sabe por Zósimo (V, 41) que, cuando el rey godo Ala-
         rico amenazó en el año 408 con destruir Roma, algunos fulguratores etruscos acudie­
         ron al emperador para ofrecerle fórmulas mágicas a fin de evitar la destrucción de la
         ciudad, que asimismo presentaron al papa Inocencio I. Lógicamente, debemos pen­
         sar que tales fórmulas debían pronunciarse o escribirse en etrusco.
            En cuanto a la difusión de tal lengua, prescindiendo de los escasos graffiti extraitá-
         licos, nada significativos (por ejemplo, el del santuario de Afaia en Egina o el del há­
         bitat hallstáttico de Montmorot, en Francia), parece ser que su geografía lingüística
         hubo de reducirse a Etruria, así como a las llanuras padana y campana. No obstante,
         en el Africa septentrional también se escribió en etrusco, según han demostrado tres
         cipos hallados en el Valle del wadi Miliane (Túnez). Los mismos, que servirían para
         delimitar un territorio asignado a colonos  de origen etrusco, fueron estudiados por
         O.  Carrubia y J. Heurgon no hace muchos años. Asimismo, y como ya se dijo,  en
         Cartago (necrópolis de St. Monique) se halló una plaquita con el nombre de un mer­
         cader etrusco.
            También  en  el  Languedoc  francés  —en  el  oppidum  de  Lattes—  se  localizaron
         unos pocos graffiti, y más al oeste de tal enclave, en el oppidum de Pech-Maho (lagu­
         na de Sigean), se halló una lámina de plomo con dos inscripciones, una griega y otra
         etrusca, sobre cada una de sus caras, ambas mutiladas.


         El a lf a b e t o  e t r u s c o  y  l o s   « a lfa b e ta r io s »

            A pesar de desconocerse la lengua etrusca, que no comenzaría a hablarse de im­
         proviso  en Etruria y que hubo  de  conocer dos grandes períodos (etrusco  arcaico y
         neoetrusco), no existe, sin embargo, ninguna dificultad para su lectura, pues su alfa­
         beto, que los etruscos habían recibido de los griegos, según Tácito (Amales, XI,  14),
         no  presenta problemas  de  interpretación, ya  que  los  sonidos  quedaron registrados
         mediante específicos signos de tipología gráfica próxima al alfabeto de los griegos (el
         origen  griego  del  alfabeto  etrusco  fue  reconocido  en  1728  en  la obra  de  Edmund
         Chisull, Antiquitates Asiaticae Christianum aeram antecedentes, publicada en Londres).
            Tales signos o abecedarios se completaron o eliminaron con el paso del tiem­
         po  e incluso fueron variando de unas localidades  a otras.  Ésa es la razón de que
         nos hayan llegado numerosos alfabetos, «alfabetarios» (por mantener la expresión

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