Page 431 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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Spello en Umbría—, fechado en los últimos meses de su vida, texto muy bien es­
        tudiado por J. Gascou. Según tal rescripto, el emperador autorizaba a los toscanos
       y umbros  a  celebrar  ceremonias  religiosas  y juegos  en  la  ciudad  de  Volsinii,  de
       acuerdo con sus antiguas tradiciones, esto es, a celebrar las fiestas etruscas del Fa­
       num  Voltumnae.
           Por lo que sabemos, según Eusebio de Cesárea (VC, II, 3), también Licinio, rival
        de Constantino, anduvo siempre rodeado de arúspices, adivinos y vates egipcios.


       En tiempos de Juliano el Apóstata

           Después  de unos  años  de endurecimiento  contra las prácticas  de la aruspicina,
       magia y oráculos (Constante, Constantino II), suscitado más por razones de Estado
        que religiosas, alcanzó el poder Juliano el Apóstata (360-363). La actitud de tal empe­
       rador hacia la ciencia y las prácticas de los arúspices, como ha señalado S. Montero,
       la conocemos básicamente a través de Ammiano Marcelino, historiador latino y pro­
       fundo conocedor de la Etrusca disciplina. Juliano,  que decretaría un año antes de su
       muerte la tolerancia para cualquier tipo de religión practicada en Roma, autorizó la
       consulta a los arúspices —etrusci haruspices los denomina Ammiano Marcelino—, no
        dudando él en acudir personalmente a los mismos en diferentes ocasiones o llevar­
       los consigo, caso de la campaña persa del 363, según sabemos por el precitado histo­
       riador  (XXIII,  5).  Aquellos  expertos  consultaban  los  Tarquitiani libri,  que  no  eran
       otros que la traducción latina de la Etrusca disciplina, hecha por Tarquicio Prisco. No
       obstante, mucho antes de su muerte había retirado su confianza en los mismos para
       entregársela a los filósofos.
           Como consecuencia de aquella apertura religiosa, los arúspices surgieron como
       «horribles serpientes de las cavernas de la tierra», según frase del escritor latino, del si­
       glo iv, Rufino en su Historia eclesiástica (I, 34).


       Bajo los últimos emperadores

           Los emperadores Joviano (363-364), Valentiniano I (364-375), Valente (364-378) y
       Graciano (367-383) no prohibieron la práctica de la extispicina con hígados, cosa que
       sí hizo Teodosio (379-395), el cual ordenó en más de dieciocho ocasiones el castigo
       con el tormento de la hoguera a quien consultara a un arúspice.
           Numerosos miembros de la aristocracia pagana (Pretextato, Nicómaco Flaviano,
       Avieno y Servio), que conocían los Libri Etruscorum,  quedaron silenciados.  Durante
       la usurpación de Eugenio (392-394) resurgió un intento de restauración pagana, acep­
       tándose  las profecías  oraculares,  los  Libri Sybillini y las  respuestas  de  los  arúspices
       etruscos.
           El hijo y sucesor de Teodosio, Honorio (395-423), prohibió primero los Libri Ve-
       goici,  guardados  en  el  templo  de Apolo  Palatino,  y luego  ordenó  quemarlos junto
       con los Libri Sybillini, siguiendo los consejos del jefe de sus ejércitos, el germano Es-
       tilicón (Rutilio Namaciano, De Redito suo, II, 52). Con aquella acción, Etruria, la ma­
       ter superstitionum,  era  aniquilada  de  «modo  oficial»,  aunque  no  definitivamente,
       pues  siguieron  circulando  copias  durante  todo  el  siglo  v,  alcanzando  incluso  la
       época  bizantina,  en  la  cual  se  redactaron  obras  con  fuertes  influencias  etruscas,


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