Page 426 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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Frente  a  aquel  Más  Allá,  según  testimonian  los  Libri Acherontici  (de  Acheron,
         nombre de uno de los ríos del Infierno), los etruscos adoptarían durante un par de si­
         glos una serena actitud. En el otro mundo, las almas participarían de la compañía de
         sus familiares, banqueteando  eternamente,  asistirían  a juegos y espectáculos varia­
         dos,  siempre y cuando  sus  descendientes vivos  cumplieran unos  ritos  concretos,
         centrados en la inmolación de animales, costumbre que había derivado de los pri­
         mitivos sacrificios humanos. Los titulares del Infierno, con tales sacrificios, recibi­
         rían, a cambio del alma del difunto, la sangre —esto es, el alma— de una víctima
         animal inmolada. Así, el alma humana podría quedar libre en el Más Allá para ter­
         minar, si el ritual se ejecutaba con todo rigor, identificándose con los propios dio­
         ses,  alcanzando  con  ello  la inmortalidad.  Dicho  de  otra manera —y de  acuerdo
         con R. Bloch, que sigue a Arnobio (Adv. nat., II, 62), «las almas humanas, median­
         te la sangre de ciertos animales ofrecidos en sacrificio, podían convertirse en divi­
         nas y escapar a su condición». Aquellas almas, transformadas en divinas, recibieron
         el nombre de dii animales.
            Pero  aquella identificación no significó,  al parecer, la recompensa a una vida
         vivida con orden, sino más bien a la bondad de determinadas operaciones mági­
         co-religiosas presentes en los rituales. Esta era la miseria de sus concepciones ritua­
         listas.
            Estas creencias escatológicas variaron por completo a partir del siglo iv a.C., siglo
         que marcaría la etapa de máxima influencia griega y también el período  de los  en­
         frentamientos militares con Roma. En consecuencia, ya no imaginaron el Más Allá
         como un lugar paradisíaco, sino más bien como una morada de seres demoníacos y
         terroríficos, dispuestos a apoderarse de cuantas almas arribaran a aquellos confines.
         Sin duda, en aquel Más Allá se reflejó parte de la fauna del Infierno babilónico que
         por mediación jonia se había ido infiltrando en Etruria. Aquel temor y zozobra mo­
         tivaron, por otra parte, que se despreocupasen por el alma que permanecía junto al
         cadáver, sin duda también atemorizada por las pinturas de extraña mitología que la
         rodeaban en la tumba.




         Pe r v w e n c ia d e  la r e l ig ió n  e t r u sc a e n  R o m a

            Los romanos fueron siempre conscientes de que su religión y otras muchas acti­
         vidades e instituciones debían mucho  al quehacer de los etruscos. También, y aun­
         que en menor medida, debieron otras cosas a otros pueblos itálicos, entre ellos, los
         sabinos y los campanios sobre todo. Pero sería Etruria la que les marcaría para siem­
         pre numerosas pautas de comportamiento, especialmente en lo relativo al campo de
         la religión. Su influencia partió ya del propio rito fundacional de Roma, ciudad a la
         que Rómulo delimitó sacralmente  (sulcus primigenius) empleando un arado con reja
         de bronce uncido a una vaca y un toro blancos, siguiendo así el ritual etrusco. Ni que
         decir tiene que con los Tarquinios el impacto religioso sobre Roma fue extraordina­
         rio, tanto en asuntos tecnoreligiosos (templo de Júpiter con la tríada etrusca, disposi­
         ción del mundus o fosa de contacto con el ámbito de los muertos), como en materias
         exclusivamente religiosas (tipo  de funerales,  aceptación de diversos dioses  etruscos,
         textos  sagrados,  estructuras  de  los  collegia) y  en  prácticas  rituales  (enseñanza  de  la
         aruspicina, consultas a sacerdotes etruscos).


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