Page 424 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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E s c a t o l o g ía  e t r u s c a
            Dada la anulación completa de la personalidad humana ante los dioses, la idea
         que los etruscos se forjaron del Más Allá descansó primero en la creencia de una vida
         eterna no expiativa, sino continuadora de la terrena, para pasar luego a ser imagina­
         da con temor y angustia. El repertorio de seres infernales en los que creyeron así deja
         suponerlo.
            Si, en un principio, tras la etapa villanoviana, ya con creencias escatológicas, las
         ceremonias funerarias anuales —ritos, juegos, banquetes, sacrificios, danzas de reani­
         mación— tuvieron como  finalidad  transformar la naturaleza de  los  difuntos  (en­
         tiéndase los de la clase aristocrática) y hacerlos héroes para así poder sobrevivir en
         la Ultratumba, más tarde,  a partir del siglo v a.C., y por la influencia de los plan­
         teamientos órficos y pitagóricos griegos, se vislumbró la esperanza de que todos los
         etruscos, mediante los ritos apropiados, pudieran alcanzar una cierta deificación tras
         la muerte.
            Los relieves de un magnífico sarcófago de Vulci, de la segunda mitad del siglo iv a.C.
         (hoy en la Ny Carlsberg Glyptotek de Copenhague), permiten testimoniar la presen­
         cia del orfismo entre los etruscos. En su lado izquierdo menor aparece la partida de
         un caballero hacia el Más Allá en compañía de un demonio femenino que se halla
         detrás de él (indicación de final del viaje); en el lado derecho menor aparece un uni­
         cum etrusco: una serpiente —manifestación del alma del difunto heroizado—,  aso­
         ciada a un grifo alado, motivo que debe conectarse —según F.-H. Massa-Pairault—
         con el país del Apolo Hiperbóreo (sin duda, las «Islas de los Bienaventurados») y, por
         tanto, con el paraíso del orfismo y del neopitagorismo.
            En la parte frontal se ve un cortejo en el que el mismo caballero, ahora condu­
         ciendo una biga, va seguido de sus dos hijos a caballo. Frente a él avanza otro corte­
         jo, encabezado por una divinidad femenina de triple rostro, sentada sobre un carpen­
         tum, tirado por dos mulos, seguida por una sirvienta con un vaso de libaciones y por
         un Charu(n), portador de un martillo. La diosa, equiparable con la Hécate griega, aso­
         ciada a Hermes Psicopompo (.Turms, en etrusco), preludia, sin duda, la heroización y
         marca el comienzo del camino sagrado del difunto, que habría llevado una vida to­
         talmente correcta.  Cumplidos los ritos (vaso de libaciones de la sirvienta),  Charu(n)
         abriría la puerta del Más Allá al caballero.
            Asimismo, un interesante espejo de Porano (Volsinii) —del que ya nos ocupamos
         al hablar de los Dióscuros en páginas anteriores—, que había pertenecido a una tal
         Ceizuma (Ceithume), recoge en su decoración una escena conectada con el orfismo y
         la filosofía pitagórica.  En el lado  ornamental —recordemos— aparece  Castur (Cás-
         tor), uno de los Dióscuros, tendiendo a  Tuntle (Tindáreo) el huevo que contenía el
         embrión de la diosa Elena (heroína órfica representada como reina de Leuke en otro
         espejo), huevo que sería fecundado por Zeus. Sentados se hallan, frente a frente, Tin­
         dáreo y Latva (Leda) y entre ellos  Turan (Afrodita) y Pultuce (Pólux).
            Por otra parte, tal vez la deificación post mortem que se les tributó a determinados
         etruscos exigió la «representación real» del difunto, que podríamos verla en los vasos ca-
         nopos y osuarios más evolucionados, caso de uno, capital, de Chiusi, del siglo vn a.C.,
         en el que el difunto, a gran tamaño y de pie, se halla rodeado mágicamente de dan­
         zantes funerarios. Elementos de retratística, dentro de una evidente tosquedad, pue-

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