Page 427 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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En tiempos de la República

            En época republicana romana, y cuando ya la religión había adquirido organiza­
         ción estructural propia (congregaciones de los Salios, Arvales, sodales Titii) para admi­
         nistrar el ius divinum, fue cuando los Libros religiosos etruscos se fijaron en sus for­
         mas  canónicas  tanto  en lengua etrusca como  latina.  En  esta labor de traducción
        —y, tal vez, de adaptación a las necesidades políticas— participaron, entre otros, Tar­
         quicio Prisco, Avie Ceicna, Nigidio Figulo (arúspice este y autor del libro De extis y de
         otro sobre brontoscopia) y Festeyo Capitón.
            Llegarían entonces a instituirse las bases para la creación de colegios sacerdotales
         en algunas ciudades (CIL, IX, 1540; XIII, 6765), formados exclusivamente por perso­
         najes etruscos. Sabemos que, en el año  154 a.C., el senado romano, mediante un se­
         natusconsultum, recordado por Cicerón en su De divinatione (I, 92), ordenó la recogi­
         da y conservación de todos los libros de la Etrusca disciplina para que tal ciencia —es­
         tudiada por hijos de familias etruscas— no se dispersase y con ello desapareciera la
        pietas en ella contenida.  No faltaron jefes militares (Mario,  Sila,  C.  Graco,  César) y
         gobernadores provinciales (Verres) que no dudaron en rodearse de arúspices de ori­
         gen etrusco.
            Igualmente, se sabe que algunos descendientes de familias peruginas actuaron en
         Roma como arúspices públicos, caso de un tal C. Volcacio (CIL, VI, 379), cuyo no­
         men podría derivar del gentilicio perugino Velcha. Hubo de desempeñar sus funciones
         a finales del siglo π a.C.
            El propio Augusto ordenaría guardar los libros etruscos en el templo de Apolo
        del Palatino, al hacérsele conocer la importancia religiosa de los mismos, muy supe­
        rior al contenido de los nuevos cultos exóticos que arribaban a Roma desde distan­
         tes puntos geográficos.


        En tiempos del Alto Imperio

            Caligula (37-41), por su parte,  quiso  que  su hermana Drusila fuese acercada al
        pecho de una estatua de Minerva para que tal diosa la protegiera. Con ello rememo­
        raba una costumbre etrusca. Su sucesor, Claudio (41-54), de una gran formación in­
        telectual,  no  dudó —como  dijimos— en  componer  en veinte  tomos  una  monu­
        mental lyrrheniká o Historia de Etruria, lamentablemente perdida, salvo algunos pe­
        queñísimos fragmentos citados por Tácito y Plinio el Viejo. En el año 47 defendió
        muchos de los aspectos de la religión etrusca (Tácito, Anales, XI,  15) en un memo­
        rable discurso relativo al colegio de los arúspices. Con sus palabras intentaba revita-
        lizar la «más antigua disciplina» de Italia frente a las supersticiones  extranjeras.  Du­
        rante su mandato se reforzó en Tarquinia el ordo L X  haruspicum —ya reorganizado
        por Augusto, en opinión de E. Rawson—, destinado a mantener y legar a la poste­
        ridad las viejas creencias etruscas. Tal ordo, con sede tiempo después en Roma, llegó
        a pervivir hasta el siglo iv de nuestra era.
            Aunque con la muerte del emperador Claudio finalizaba, según la tradición, el
        último siglo etrusco, el décimo, la religión etrusca permanecería en el contexto sagra­
        do romano.


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