Page 429 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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Sería Septimio Severo (193-211) quien sacaría el mayor provecho de la interpre­
        tación de signos y prodigios  (omina imperii),  dada su inclinación a los sacrificios y
        a las consultas oraculares (Herodiano, II, 11) para hacerse con el poder. Una vez en
        él,  con ocasión de los ludi saeculares del 204, no  dudó  en ritualizarlos  de  acuerdo
        con las antiguas prácticas etruscas, según apuntó J. F. Hall. Asimismo, tal empera­
        dor llegó  a hacer del haruspex un oficial militar (A. von Domaszewski), creándose
        el haruspex legionis (S. Montero, S. Perea) dentro de la serie de reformas militares a
        las que dio impulso, creación que, aunque no era innovadora, pues ya se conocía
        en tiempos de la República, sí significaba la sanción legal de tal tipo de arúspices,
        especializados en el «asesoramiento» religioso a mandos y tropas y también en prác­
        ticas terapéuticas.




        Durante el siglo ///

           Incluso, muchísimo más tarde, y según el gramático y mitólogo latino F. P. Ful­
        gencio (Expositio serm. antiq., 4), el filósofo neoplatónico Cornelio Labeo intentó re-
        vitalizar la Etrusca disciplina a mitad  del  siglo  m,  llegando  a ponerla por escrito  en
        nada menos que quince volúmenes.
           Por su parte, el emperador Alejandro Severo (222-235) no dudó en crear escuelas de
        arúspices en Roma, subrayando con ello el carácter técnico que la misma había alcan­
        zado. De esta manera, los viejos secretos de la aruspicina etrusca se difundieron entre
        personas —siempre de condición libre—, para ejercerla en el ámbito público.
           Durante la crisis del siglo m, el senado romano, constituido en parte por influyen­
        tes familias de origen etrusco (M. Torelli), continuó asistido por los más prestigiosos
        arúspices. Uno de los emperadores de tal época, que no tuvo inconveniente en favore­
        cer los ancestrales cultos etruscos, fue Treboniano Galo (251-253), natural de Perugia,
        según se deduce de algunas monedas que ordenó acuñar, en cuyos reversos aparecía un
        dios sobre una montaña, portando en su mano izquierda una serpiente, y que comple­
        taba la leyenda Am.azi,  interpretada por J.  Heurgon como una variante del nombre
        Arruntius (etrusco, Arruns), divinidad gentilicia, por entonces, de tal emperador.
           Diocleciano (285-305), iniciado en las prácticas de la aruspicina —el historiador
        Aurelio Víctor le calificó de imminentium scrutator—, quizá desencadenó la  Gran per­
        secución contra los cristianos —como se dijo más arriba— motivado por dos razones:
        una, las influencias que sobre él tenía Tages, persona probablemente de origen etrus­
        co y que había alcanzado el cargo de magister del ordo L X  haruspicum, y dos, por el
        hecho de que los sacrificios a los dioses no daban los resultados esperados, circuns­
        tancia achacada a la presencia de personas profanas —esto es, de culto cristiano—,
        según  sabemos por varios  pasajes  de la obra del  apologista  cristiano  Lactancio, De
        mortibus persecutionum, que escribiría entre los años 318 y 321.



        En tiempos de Constantino I

           Por su parte, el emperador Constantino I el Grande (306-337), que había inclui­
        do arúspices en su ejército en vísperas de la batalla del Puente Mulvio contra Majen-
        cio, su rival -—que también utilizaba los servicios de aquéllos—, no dudó en ordenar

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