Page 474 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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guida de un Sátiro, de ritmo más vivo, papel interpretado, sin lugar a dudas, por un
        hombre a quien se le ha aplicado una cola de caballo y una adecuada máscara.
           También podría interpretarse en clave teatral el juego del Phersu,  cuyo personaje,
        cubierto con una máscara, se hallaría, quizá, actuando en tan trágico juego.
           Sin embargo, la primera representación teatral etrusca, según G. Camporeale, po­
        demos verla en un vaso, fragmentado, del siglo v a.C.,  de figuras negras, hoy en el
        Museo del Louvre. En él puede observarse a dos hombres travestidos de sátiros, uno
        portador de lira y en acto de danza. Sus vestidos —chitón corto y gorro puntiagudo—
        denotan, quizá, a actores locales.
           Tampoco se debe olvidar que los actores profesionales romanos, que representa­
        ban  sátiras  y piezas  cómicas,  recibieron —según  recuerda Tito  Livio  (VII,  2)—  el
        nombre de histriones, palabra derivada de la etrusca ister. Los dos personajes de la pa­
        red del fondo de la Tomba degliAuguri de Tarquinia, figurados en el acto de cumplir
        el gesto de saludo y de lamento en dirección a la simbólica Puerta de los Infiernos,
        se hallan definidos en las inscripciones de la tumba como apas tanasar y tanasar, vo­
        ces que, según G. Camporeale, deben entenderse como «histriones de ceremonia fú­
        nebre». Si ello es así, podría afirmarse que determinados actores (¿de condición libre,
        libertos, siervos?) actuarían como  tales  en contextos funerarios, realizando gestos o
        mimos que no eran bien vistos si los hacían los familiares del difunto en atención a
        su rango social. Por otro lado, las palabras seaena («escena») y persona («máscara») no
        pudieron llegar al latín nada más que por el etrusco.
           Asimismo, hay que indicar que muchísimas de las escenas figuradas en urnas y
        sarcófagos etruscos de su fase helenística, sobre todo de Volterra, dejando a un lado
        su simbolismo funerario, contienen temas griegos típicos de los ciclos troyano y te-
        bano y que quizá pudieron haberse representado con actores, temas que luego tam­
        bién asumirían en sus argumentos las tragedias latinas arcaicas.
           Un vaso  de Vulci (hoy en el Cabinet des Médailles  de París),  que representa el
        adiós de Admeto y de Alceste, contiene una inscripción (TLE, 334) que comenta la
        escena figurada.  La frase eca ersce nac achrum phlerthrce,  que podemos traducir como
        «Ésta dice adiós y se ofrece a Aqueronte», podría constituir el coro de una tragedia de
        la que no sabemos nada. El famoso espejo de Volterra que representa a Hercle ama­
        mantado por Uni, y del que ya hemos hablado, también contiene una frase (TLE, 399)
        que parece la conclusión de una tragedia: eca sren tva ichnachercle unialclan thra see. Su
        traducción, todavía hipotética, así lo confirmaría: «Esta imagen muestra cómo Hér­
        cules, hijo de Uni, succionó leche».
           Ambas inscripciones han sido evaluadas por F.-H. Massa-Pairault como los úni­
        cos posibles  restos  de textos literarios hasta hoy conocidos, susceptibles incluso  de
        ser sometidos a ritmo y escansión.
           Debemos señalar que conectado con el mundo teatral —si bien ya del siglo π a.C.—
        se halla el complejo arqueológico de Castelsecco (Arezzo), en el que han aparecido los
        basamentos de la oráestra y de algunas hileras de la cavea de un teatro estable, en piedra,
        asociado al santuario local, del que ya hicimos mención en su lugar oportuno.
           También se cultivó la poesía lírica heroica, así como la poesía épica y aun la popu­
        lar, de raigambre campesina, siendo reflejo de esta última los famosos Cantosfesceninos
        (Saturaefescenninae) de la ciudad falisca de Fescenio, enclave fuertemente etrusquizado,
        consistentes en improvisaciones satíricas. En Roma, a mitad del siglo π a.C., un cierto
        Anniano recogió y tradujo un buen número de dichos cantos, según se sabe por Aulo
        Gelio, autor romano del siglo n, que vertió tal noticia en sus Noctes Atticae.


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