Page 211 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
P. 211

pertinacia y obstinación eran motivo suficiente de castigo, al margen
        del delito inherente a su superstitio.
           En este contexto hay que entender la cuestión central que plantea
        al emperador: si se debe castigar el nombre del cristiano en sí mismo,
        aunque no se hayan cometido delitos, o bien los delitos que acompa­
        ñan al nombre.
           Es evidente que Plinio es partidario de la política de provocar el
        arrepentimiento, y toda la carta va dirigida a convencer al emperador
        de que apruebe esta política.
           El escueto rescripto de Trajano es un modelo de oportunismo y de
        tacto político. Trajano contesta a Plinio que la autoridad romana no
        debía entrometerse en controversias de carácter religioso, si no era para
        restablecer el orden. El emperador es consciente de que es un tema lo
        suficientemente complejo para que no se pueda dar una norma de ac­
        tuación aplicable en cualquier lugar y en cualquier circunstancia.
           Además, parece atenerse al criterio establecido por el jurista Procu­
        lo en el siglo i, que recomendaba que el gobernador de provincias se
        atuviera no tanto a lo que era conveniente en Roma como a lo que re­
        quería cada situación concreta. Sentado este principio básico de que
        no puede darse una norma general que sea universalmente aplicable,
        el emperador pasa a fijar normas concretas de procedimiento penal,
        con lo que confirma y aprueba en sus líneas fundamentales la prácti­
        ca seguida por Plinio, pero le pone en guardia sobre posibles abusos.
        No se debe ir a la caza de cristianos, pero, si existe una acusación en
        forma y es probada, deben ser castigados.
           Termina con un diplomático reproche a Plinio por haber hecho caso
        de los libelos. Trajano sienta el principio, muy propio de los criterios que
        inspiraron su gobierno que quería marcar las diferencias con lo que fue
        práctica común con Domiciano, de que no debe dar crédito alguno a los
        libelos anónimos, «pues es una práctica abominable que no es propia de
        nuestros tiempos» («nam et pessimi exempli nec nostri saeculi est»).
           Si algo revela el rescripto de Trajano es que la política de los empe­
        radores fiie tan dúctil y variada como lo eran las circunstancias que se
        daban en cada caso y como lo era también la postura de los propios
        cristianos respecto a la sociedad y las autoridades políticas del Imperio.
        Por ejemplo, en la Epístola a los Corintios, escrita a finales del reinado de
        Domiciano, Clemente de Roma inserta una plegaria, seguramente una
        oración litúrgica de la comunidad cristiana de Roma, en favor de los
        emperadores, cuya autoridad se reconoce que viene de Dios.  Por los
        mismos años Juan, el autor del Apocalipsis, lanzaba sus anatemas con­
        tra Roma y el emperador: Roma es la gran Babilonia, la madre de las

       218
   206   207   208   209   210   211   212   213   214   215   216