Page 47 - Vernant, Jean-Pierre - El universo, los dioses, los hombres. El relato de los mitos griegos
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la flor de la juventud: todavía no es un hombre hecho y
derecho, pero ya no es un niño. Así son los Gigantes.
LOS FRUTOS EFÍMEROS
Para llevar a feliz término su acción, los Olímpicos se
aseguran el apoyo de Heracles. Éste todavía no es un dios,
no ha subido al Olimpo; es, simplemente, el hijo de la
unión de Zeus y una mortal, Alcmena. Y también es mor
tal. Heracles devastará la filé de los Gigantes, es decir, su
casta, su hermandad, su grupo social. Ahora bien, pese a
esa devastación la lucha no está decidida. Una vez más,
Gea desempeña un papel ambiguo, ya que no quiere que
esas criaturas que han salido de su seno armadas de los
pies a la cabeza sean aniquiladas. Así que decide procurar
se una hierba, una planta de la inmortalidad que crece de
noche. Se propone ir a recogerla al alba para dársela a los
Gigantes a fin de que se conviertan en inmortales. Porque
desea que los Olímpicos tengan en cuenta a esa juventud
rebelde, pacten con ella y ya no puedan aniquilarla. Pero
Zeus, enterado del proyecto de Gea, consigue adelantárse
le. Justo antes de que amanezca, de que la luz invada la
tierra y la planta sea plenamente visible, la recoge. A partir
de entonces ya no queda sobre la tierra ni señal de la plan
ta de la inmortalidad. Así pues, los Gigantes ya no podrán
comérsela. Perecerán de manera indefectible.
Este detalle coincide con otra anécdota, que unas ve
ces se incorpora a la leyenda de los Gigantes y otras a la de
Tifón. Dice que aquéllos o éste buscaban un phármakon,
una poción que era a la vez veneno y medicamento. Esa
poción, capaz de dar la muerte o salvar de la enfermedad,
estaba en poder de las Moiras, deidades femeninas que de
ciden el destino de los seres. Entregaron la poción a quien
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