Page 133 - El libro de San Cipriano : libro completo de verdadera magia, o sea, tesoro del hechicero
P. 133

le animó a preguntarle si sería mejor acogido en  el caso de ser
     solicitada por él, en vista de que para sus amigos no había ningu"
     na esperanza.
         — Ni para vos tampoco — le dijo— ; he de agradeceros no for-
     méis opinión de mi, a pesar de apreciar infinitamente vuestras de-
     ferencias y atenciones, me veo en el deber de rechazarlas.
         Comprendiendo la inutilidad de nuevas tentativas, se despi-
     dió Cipriano, dándose a reflexionar cómo una mujer que vivía po-
     bremente, podía rehusar unos partidos tan ventajosos como se le
     ofrecían, cuando otras damas nobles y ricas se habrían conside-
     rado muy honradas de verse solicitadas por cualquiera de ellos.
         En estos pensamientos y calculando lo difícil que es conocer
     el corazón humano, llegó a su casa. Con objeto de distraerse  y
     olvidarla, se puso a repasar algunas de las obras que tenía en su
     bibhoteca.
         Hallábase abstraído con un hbro entre las manos, y sin po-
     der coordinar ideas, cuando le anunciaron la visita de Celia.
          — ¡Dioses inmortales! —exclamó— . ¿Será posible que haya
     variado de pensamiento?
         Y levantándose, lleno de temor y esperanzas salió a recibirla.
          — ¡Mujer celestial! — la dijo— vuestra presencia en esta ca-
     sa me colma de felicidad; dichoso yo.  si puedo esperar que ésta
     sea eterna como el cariño que os profeso.
          • —  ¿Qué estáis diciendo, mi buen amJgo? ¿No os he manifes-
     tado que nada debías esperar? He venido tan sólo a consultaros
      para que me aconsejéis lo que he de haCer a fin de evitar que Fla-
     vio y Lelio se maten por mi causa. Espero que vuestro claro inge-
      nio me ayudará en este lance; no puedo estar tranquila ante el
      temor de que ocurra una desgracia.
          — ¿Y qué puedo hacer yo. ¡pobre de mí! si me hallo comple-
      tamente trastornado por un amor que me llena el alma,  y que, sin
      embargo, no tengo ninguna esperanza de ver satisfecho?  Si.  al
      menos, me ofrecierais alguna ligera probabilidad, yo haría verda-
      dero imposible por lograros; pero nada me prometéis y siento que
      mi vida se halla truncada por completo.
          —Tened paciencia  y prestadme vuestra ayuda; ¡quién sabe,
      mi buen amigo, lo que podrá suceder todavía!
          — ¡Oh divina Celia! parece que vuestras palabras traen al-
      gún consuelo a mi corazón. Decidme  si aún debo esperar y seré
      vuestro esclavo eternamente.
           — Desechad ilusiones que no se han de ver realizadas; mi
      amor jamás podrá satisfaceros; y únicamente deberéis obtenerlo
      cuando sea llegada vuestra hora postrera. El destino lo quiere así.
           —Sea yo dichoso. ¡Celia divina!, puesto que sintiéndome mo-
      rir por vuestra causa forzoso es que tu cariño principie para mí
                               — 131 —
   128   129   130   131   132   133   134   135   136   137   138