Page 351 - Libro de Compilacion 2019_Neat
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                  Lo interesante de este espíritu inédito es, esencialmente, que no se trata tan sólo                  de un estilo, sino de una manera disímil de estar en el mundo: vivir significa hoy,                  en  nuestras  sociedades,  hacer  experiencia  de  una  libertad  entendida  como                  oscilación continúa entre la pertenencia y el desasimiento.                         Weber señala que la Modernidad era el tiempo del desencantamiento del                  mundo quizá porque ella significó el desgarramiento de la organización del tiempo                  y la disolución con la tradición con lo que se organizaba nuestro tiempo y nuestro                  espacio  de  otra  manera.  Hoy,  creemos  que  vivimos  en el dintel de  su  agonía  y                  muchos  celebran  esta  muerte  y  lisonjean  esa  cosa  extraña  llamada                  posmodernidad… A ese desencanto hoy se le llama posmodernidad a falta de otro                  nombre  con  mayor  imaginación.  Todos  sabemos  que  el  proyecto  moderno                  consiguió su auge con la ilustración en el siglo XVIII. Sus arrestos se concentraron                  en desarrollar una ciencia objetiva, leyes universales y morales. Los pensadores                  de  la  Ilustración  tenían  la  perspectiva  de  que  las  artes  y  las  ciencias  no  sólo                  suscitarían  el  control  de  las  fuerzas  naturales,  sino  también  la  comprensión  del                  mundo,  el  desarrollo  del  progreso  económico  y  moral,  la  justicia  de  las                  instituciones  y  la  felicidad  de  los  seres  humanos.  La  idea  primordial  fue  la  de                  progreso. Desde entonces, la modernidad ha admitido varias designaciones: Edad                  de  la  razón  o  de  la  ciencia;  de  la  burguesía;  de  la  industria;  del  capital,  pero                  principalmente la Época de las Revoluciones.                         A todas estas, es necesario referir que el proyecto de la modernidad no ha                  fracasado, según Habermas. Este proyecto está justamente inacabado, víctima de                  un extravío histórico donde conviene analizar los motivos filosóficos a la luz de su                  resultado funesto. No basta con comprobar esta evidencia de que la modernidad                  tecnológica diluye los lazos sociales y contentarse con denunciar las ilusiones del                  progreso:  importa  descubrir  la  razón  de  esos  efectos.  Esta  razón  sostiene                  esencialmente cierta concepción de la racionalidad, la cual procedió del paradigma                  del conocimiento de los objetos, después del siglo XVII, en lugar de inscribirse en                  aquél de la armonía entre sujetos capaces de hablar y de actuar, ahora olvidado,                  dice Habermas.                                                             351
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