Page 151 - El Retorno del Rey
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oscuridad ha de haber entrado en él lentamente, mientras combatía y luchaba
      por mantenerse en su puesto de avanzada. ¡Ojalá yo hubiera podido acudir antes!

      En aquel momento entró el herborista.
        —Vuestra Señoría ha pedido hojas de reyes como la llaman los rústicos —
      dijo—, o athelas, en el lenguaje de los nobles, o para quienes conocen algo del
      valinoreano…
        —Yo lo conozco —dijo Aragorn—, y me da lo mismo que la llames hojas de
      reyes o asea aranion, con tal que tengas algunas.
        —¡Os pido perdón, señor! —dijo el hombre—. Veo que sois versado en la
      tradición, y no un simple capitán de guerra. Por desgracia, señor, no tenemos de
      estas hierbas en las Casas de Curación, donde sólo atendemos heridos o enfermos
      graves. Pues no les conocemos ninguna virtud particular, excepto tal vez la de
      purificar  un  aire  viciado,  o  la  de  aliviar  una  pesadez  pasajera.  A  menos,
      naturalmente, que uno preste oídos a las viejas coplas que las mujeres como la
      buena de Ioreth repiten todavía sin entender.
         Cuando sople el hálito negro
         y crezca la sombra de la muerte,
         y todas las luces se extingan,
         ¡ven athelas, ven athelas!
         ¡En la mano del rey
         da vida al moribundo!
        » No  es  más  que  una  copla,  temo,  guardada  en  la  memoria  de  las  viejas
      comadres. Dejo a vuestro juicio la interpretación del significado, si en verdad
      tiene alguno. Sin embargo, los viejos toman aún hoy una infusión de esta hierba
      para combatir el dolor de cabeza.
        —¡Entonces en nombre del rey, ve y busca algún viejo menos erudito y más
      sensato que tenga un poco en su casa! —gritó Gandalf.
      Arrodillándose junto a la cabecera de Faramir, Aragorn le puso una mano sobre
      la frente. Y todos los que miraban sintieron que allí se estaba librando una lucha.
      Pues el rostro de Aragorn se iba volviendo gris de cansancio y de tanto en tanto
      llamaba a Faramir por su nombre, pero con una voz cada vez más débil, como si
      él  mismo  estuviese  alejándose,  y  caminara  en  un  valle  remoto  y  sombrío,
      llamando a un amigo extraviado.
        Por fin llegó Bergil a la carrera; traía seis hojuelas envueltas en un trozo de
      lienzo.
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