Page 146 - El Retorno del Rey
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longevidad había declinado en la región: ahora vivían pocos años más que los
otros hombres, y los que sobrepasaban el centenar con salud y vigor eran
contados, salvo en algunas familias de sangre más pura. Sin embargo, las artes y
el saber de los Curadores se encontraban ahora en un atolladero: muchos de los
enfermos padecían un mal incurable, al que llamaban la Sombra Negra, pues
provenía de los Nazgûl. Los afectados por aquella dolencia caían lentamente en
un sueño cada vez más profundo, y luego en el silencio y en un frío mortal, y así
morían. Y a quienes velaban por los enfermos les parecía que este mal se había
ensañado sobre todo con el mediano y con la Dama de Rohan. A ratos, sin
embargo, a medida que transcurría la mañana, los oían hablar y murmurar en
sueños, y escuchaban con atención todo cuanto decían, esperando tal vez
enterarse de algo que les ayudase a entender la naturaleza del mal. Pero pronto
los enfermos se hundieron en las tinieblas, y a medida que el sol descendía hacia
el oeste, una sombra gris les cubrió los rostros. Y mientras tanto Faramir ardía de
fiebre.
Gandalf iba preocupado, de uno a otro lecho, y los cuidadores le repetían todo lo
que habían oído. Y así transcurrió el día, mientras afuera la gran batalla
continuaba con esperanzas cambiantes y extrañas nuevas; pero Gandalf
esperaba, vigilaba, y no se apartaba de los enfermos; y al fin, cuando la luz
bermeja del crepúsculo se extendió por el cielo, y a través de la ventana el
resplandor bañó los rostros grises, les pareció a quienes estaban velándolos que
las mejillas de los enfermos se sonrosaban como si les volviera la salud; pero no
era más que una burla de esperanza.
Entonces una mujer vieja, la más anciana de las servidoras de la casa, miró
el rostro de Faramir, y lloró, porque todos lo amaban. Y dijo:
—¡Ay de nosotros, si llega a morir! ¡Ojalá hubiera en Gondor reyes como los
de antaño, según cuentan! Porque dice la tradición: Las manos del rey son manos
que curan. Así el legítimo rey podría ser reconocido.
Y Gandalf, que se encontraba cerca, dijo:
—¡Que por largo tiempo recuerden los hombres tus palabras, Ioreth! Pues
hay esperanza en ellas. Tal vez un rey haya retornado en verdad a Gondor: ¿No
has oído las extrañas nuevas que han llegado a la ciudad?
—He estado demasiado atareada con una cosa y otra para prestar oídos a
todos los clamores y rumores —respondió Ioreth—. Sólo espero que esos
demonios sanguinarios no vengan ahora a esta casa y perturben a los enfermos.
Poco después Gandalf salió apresuradamente de la casa; el fuego se extinguía
ya en el cielo, y las colinas humeantes se desvanecían, y la ceniza gris de la
noche se tendía sobre los campos.