Page 150 - El Retorno del Rey
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tan pocos jóvenes para llevar recados, y barricadas en todos los caminos. ¡Si
hasta hemos perdido la cuenta de cuándo llegó de Lossarnach la última carga
para el mercado! Pero en esta casa aprovechamos bien lo que tenemos, como
sin duda sabe vuestra Señoría.
—Eso podré juzgarlo cuando lo haya visto —dijo Aragorn—. Otra cosa
también escasea por aquí: el tiempo para charlar. ¿Tenéis athelas?
—Eso no lo sé con certeza, señor —respondió Ioreth—, o al menos no la
conozco por ese nombre. Iré a preguntárselo al herborista; él conoce bien todos
los nombres antiguos.
—También la llaman hojas de reyes —dijo Aragorn—, y quizá tú la conozcas
con ese nombre; así la llaman ahora los campesinos.
—¡Ah, ésa! —dijo Ioreth—. Bueno, si vuestra Señoría hubiera empezado por
ahí, yo le habría respondido. No, no hay, estoy segura. Y nunca supe que tuviera
grandes virtudes; cuántas veces les habré dicho a mis hermanas, cuando la
encontrábamos en los bosques: « Hojas de reyes» decía, « qué nombre tan
extraño, quién sabe por qué la llamarán así; porque si yo fuera rey, tendría en mi
jardín plantas más coloridas» . Sin embargo, da una fragancia dulce cuando se la
machaca, ¿no es verdad? Aunque tal vez dulce no sea la palabra: saludable sería
quizá más apropiado.
—Saludable en verdad —dijo Aragorn—. Y ahora, mujer, si amas al Señor
Faramir, corre tan rápido como tu lengua y consígueme hojas de reyes, aunque
sean las últimas que queden en la ciudad.
—Y si no queda ninguna —dijo Gandalf— yo mismo cabalgaré hasta
Lossarnach llevando a Ioreth en la grupa, y ella me conducirá a los bosques, pero
no a ver a sus hermanas. Y Sombragris le enseñará entonces lo que es la rapidez.
Cuando Ioreth se hubo marchado, Aragorn pidió a las otras mujeres que
calentaran agua. Tomó entonces en una mano la mano de Faramir, y apoyó la
otra sobre la frente del enfermo. Estaba empapada de sudor; pero Faramir no se
movió ni dio señales de vida, y apenas parecía respirar.
—Está casi agotado —dijo Aragorn volviéndose a Gandalf—. Pero no a
causa de la herida. ¡Mira, está cicatrizando! Si lo hubiera alcanzado un dardo de
los Nazgûl, como tú pensabas, habría muerto esa misma noche. Esta herida viene
de alguna flecha sureña, diría yo. ¿Quién se la extrajo? ¿La habéis conservado?
—Yo se la extraje —dijo Imrahil—. Y le restañé la herida. Pero no guardé la
flecha, pues estábamos muy ocupados. Recuerdo que era un dardo común de los
Hombres del Sur. Sin embargo, pensé que venía de la Sombra de allá arriba, pues
de otro modo no podía explicarme la enfermedad y la fiebre, ya que la herida no
era ni profunda ni mortal. ¿Qué explicación le das tú?
—Agotamiento, pena por el estado del padre, una herida, y ante todo el Hálito
Negro —dijo Aragorn—. Es un hombre de mucha voluntad, pues ya antes de
combatir en los muros exteriores había estado bastante cerca de la Sombra. La