Page 152 - El Retorno del Rey
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—Hojas de reyes, señor —dijo—, pero no son frescas, me temo. Las habrán
      recogido hace unas dos semanas. Ojalá puedan servir, señor. —Y luego, mirando
      a Faramir, se echó a llorar. Aragorn le sonrió.
        —Servirán —le dijo—. Ya ha pasado lo peor. ¡Serénate y descansa!
        —En seguida tomó dos hojuelas, las puso en el hueco de las manos, y luego
      de  calentarlas  con  el  aliento,  las  trituró;  y  una  frescura  vivificante  llenó  la
      estancia,  como  si  el  aire  mismo  despertase,  zumbando  y  chisporroteando  de
      alegría.  Luego  echó  las  hojas  en  las  vasijas  de  agua  humeante  que  la  habían
      traído, y todos los corazones se sintieron aliviados. Pues aquella fragancia que lo
      impregnaba todo era como el recuerdo de una mañana de rocío, a la luz de un sol
      sin nubes, en una tierra en la que el mundo hermoso de la primavera es apenas
      una  imagen  fugitiva.  Aragorn  se  puso  de  pie,  como  reanimado,  y  los  ojos  le
      sonrieron mientras sostenía un tazón delante del rostro dormido de Faramir.
        —¡Vaya, vaya! ¡Quién lo hubiera creído! —le dijo Ioreth a una mujer que
      tenía al lado—. Esta hierba es mejor de lo que yo pensaba. Me recuerda las rosas
      de Imloth Melui, cuando yo era niña, y ningún rey soñaba con tener una flor más
      bella.
        De pronto Faramir se movió, abrió los ojos, y miró largamente a Aragorn,
      que  estaba  inclinado  sobre  él;  y  una  luz  de  reconocimiento  y  de  amor  se  le
      encendió en la mirada, y habló en voz baja.
        —Me has llamado, mi Señor. He venido. ¿Qué ordena mi rey?
        —No sigas caminando en las sombras, ¡despierta! —dijo Aragorn—. Estás
      fatigado. Descansa un rato, y come, así estarás preparado cuando yo regrese.
        —Estaré,  Señor  —dijo  Faramir—.  ¿Quién  se  quedaría  acostado  y  ocioso
      cuando ha retornado el rey?
        —Adiós  entonces,  por  ahora  —dijo  Aragorn—.  He  de  ver  a  otros  que
      también me necesitan. —Y salió de la estancia seguido por Gandalf e Imrahil;
      pero  Beregond  y  su  hijo  se  quedaron,  y  no  podían  contener  tanta  alegría.
      Mientras seguía a Gandalf y cerraba la puerta, Pippin oyó la voz de Ioreth.
        —¡El rey! ¿Lo habéis oído? ¿Qué dije yo? Las manos de un curador, eso dije.
      —Y pronto la noticia de que el rey se encontraba en verdad entre ellos, y que
      luego de la guerra traía la curación, salió de la Casa y corrió por toda la ciudad.
      Pero Aragorn fue a la estancia donde yacía Eowyn, y dijo:
        —Aquí se trata de una herida grave y de un golpe duro. El brazo roto ha sido
      atendido  con  habilidad  y  sanará  con  el  tiempo,  si  ella  tiene  fuerzas  para
      sobrevivir; es el que sostenía el escudo. Pero el mal mayor está en el brazo que
      esgrimía la espada: parece no tener vida, aunque no está quebrado.
        « Desgraciadamente, enfrentó a un adversario superior a sus fuerzas, físicas
      y mentales. Y quien se atreva a levantar un arma contra un enemigo semejante
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