Page 147 - El Retorno del Rey
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Ahora el sol se ponía, y Aragorn y Éomer e Imrahil se acercaban a la ciudad
escoltados por capitanes y caballeros; y cuando estuvieron delante de la Puerta,
Aragorn dijo:
—¡Mirad cómo se oculta el sol envuelto en llamas! Es la señal del fin y la
caída de muchas cosas, y de un cambio en las mareas del mundo. Sin embargo,
los Senescales administraron durante años esta ciudad y este reino, y si yo
entrase ahora sin ser convocado, temo que pudieran despertarse controversias y
dudas, que es preciso evitar mientras dure la guerra. No entraré, ni reivindicaré
derecho alguno hasta tanto se sepa quién prevalecerá, nosotros o Mordor. Los
hombres levantarán mis tiendas en el campo, y aquí esperaré la bienvenida del
Señor de la Ciudad.
Pero Éomer le dijo:
—Ya has desplegado el estandarte de los reyes y los emblemas de la Casa de
Elendil. ¿Tolerarías acaso que fueran desafiados?
—No —respondió Aragorn—. Pero creo que aún no ha llegado la hora; no he
venido a combatir sino a nuestro enemigo y a sus servidores.
Y el Príncipe Imrahil dijo:
—Sabias son tus palabras, Señor, si alguien que es pariente del Señor
Denethor puede opinar sobre este asunto. Es un hombre orgulloso y tenaz como
pocos, pero viejo; y desde que perdió a su hijo le ha cambiado el humor. No
obstante, no me gustaría verte esperando junto a la puerta como un mendigo.
—No un mendigo —replicó Aragorn—. Di más bien un Capitán de los
Montaraces, poco acostumbrado a las ciudades y a las casas de piedra. —Y
ordenó que plegaran el estandarte; y retirando la Estrella del Reino del Norte, la
entregó en custodia a los hijos de Elrond.
El Príncipe Imrahil y Éomer de Rohan se separaron entonces de Aragorn, y
atravesando la ciudad y el tumulto de las gentes, subieron a la ciudadela y
entraron en la Sala de la Torre, en busca del Senescal. Y encontraron el sitial
vacío, y delante del estrado yacía Théoden Rey de la Marca, en un lecho de
ceremonia: y doce antorchas rodeaban el lecho, y doce guardias, todos
caballeros de Rohan y de Gondor. Y las colgaduras eran verdes y blancas, pero
el gran manto de oro le cubría el cuerpo hasta la altura del pecho, y allí encima
tenía la espada, y a los pies el escudo. La luz de las antorchas centelleaba en los
cabellos blancos como el sol en la espuma de una fuente, y el rostro del monarca
era joven y hermoso, pero había en él una paz que la juventud no da; y parecía
dormir.
Imrahil permaneció un momento en silencio junto al lecho del rey; luego
preguntó:
—¿Dónde puedo encontrar al Senescal? ¿Y dónde está Mithrandir?