Page 179 - El Retorno del Rey
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Pero Gandalf dijo:
—Es demasiado pedir por la devolución de un servidor: que tu Amo reciba en
canje lo que de otro modo tendría que conquistar a lo largo de muchas guerras.
¿O acaso luego de la batalla de Gondor ya no confía en la guerra, y ahora se
rebaja a negociar? Y si en verdad tanto valoráramos a este prisionero ¿qué
seguridad tenemos de que Sauron, Vil Maestro de Traiciones, cumplirá su
palabra? ¿Dónde está el prisionero? Que lo traigan y lo muestren, y entonces
estudiaremos vuestras condiciones.
A Gandalf, que lo miraba con fijeza, como en duelo con un enemigo mortal,
le pareció que por un instante el emisario no supo qué decir, aunque en seguida
rió de nuevo.
—¡No le hables a la Boca de Sauron con insolencia! —gritó—. ¡Pides
seguridades! Sauron no las da. Si pretendes clemencia, antes haréis lo que él
exige. Estas son sus condiciones. ¡Aceptadlas o rechazadlas!
—¡Estas aceptaremos! —dijo Gandalf de pronto. Se abrió la capa, y una luz
blanca centelleó como una espada en la oscuridad. Ante la mano levantada de
Gandalf el emisario retrocedió y Gandalf dio un paso adelante y le arrancó los
objetos de las manos: la cota de malla, la capa y la espada—. Los llevaremos en
recuerdo de nuestro amigo —gritó—. Y en cuanto a tus condiciones, las
rechazamos de plano. Vete ya, pues tu misión ha concluido y la hora de tu
muerte se aproxima. No hemos venido aquí a derrochar palabras con Sauron,
desleal y maldito, y menos aún con uno de sus esclavos. ¡Vete!
El emisario de Mordor ya no se reía. Con la cara crispada por la
estupefacción y la furia, parecía un animal salvaje que en el momento en que se
agazapa para saltar sobre la presa, recibe un garrotazo en el hocico. Loco de
rabia, echó baba por la boca, mientras unos sonidos de furia se le estrangulaban
en la garganta. Pero miró los rostros feroces y las miradas mortíferas de los
Capitanes, y el miedo fue más fuerte que la ira. Dando un alarido, se volvió,
trepó de un salto a su cabalgadura, y partió en desenfrenado galope hacia Cirith
Gorgor. Entonces, mientras se alejaban, los soldados de Mordor soplaron los
cuernos, respondiendo a una señal convenida; y no habían llegado aún a la puerta
cuando Sauron soltó la trampa que había preparado.
Los tambores redoblaron, y las hogueras se encendieron. Los poderosos
batientes de la Puerta Negra se abrieron de par en par, y una gran hueste se
precipitó como las aguas turbulentas de un dique cuando levantan una compuerta.
Los Capitanes del Oeste volvieron a montar y se retiraron al galope, y un
aullido de burlas brotó del ejército de Mordor. Una nube de polvo oscureció el
aire, y desde las cercanías vino marchando un ejército de Hombres del Este que
había estado esperando la señal oculto entre las sombras del Ered Lithui, junto a
la torre más distante. De las colinas que flanqueaban el Morannon se precipitó un
torrente de orcos. Los hombres del Oeste estaban atrapados, y pronto en aquellos