Page 177 - El Retorno del Rey
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Sauron. Veneraban a Sauron, pues estaban enamorados de las ciencias del mal.
Habían entrado al servicio de la Torre Oscura en tiempos de la primera
reconstrucción, y con astucia se había elevado en los favores del Señor; y
aprendió los secretos de la hechicería, y conocía muchos de los pensamientos de
Sauron; y era más cruel que el más cruel de los orcos.
Este era pues el personaje que ahora avanzaba hacia ellos, con una pequeña
compañía de soldados de armadura negra, y enarbolando un único estandarte
negro, pero con el Ojo Maléfico pintado en rojo. Deteniéndose a pocos pasos de
los Capitanes del Oeste, los miró de arriba abajo y se echó a reír.
—¿Hay en esta pandilla alguien con autoridad para tratar conmigo? —
preguntó—. ¿O en verdad con seso suficiente como para comprenderme? ¡No tú,
por cierto! —se burló, volviéndose a Aragorn con una mueca de desdén—. Para
hacer un rey, no basta con un trozo de vidrio élfico y una chusma semejante. ¡Si
hasta un bandolero de las montañas puede reunir un séquito como el tuyo!
Aragorn no respondió, pero clavó en el otro la mirada, y la sostuvo, y así
lucharon un momento, ojo contra ojo; pero pronto, sin que Aragorn se hubiera
movido, ni llevara la mano a la espada, el otro retrocedió acobardado, como bajo
la amenaza de un golpe.
—¡Soy un heraldo y un embajador, y nadie puede atacarme! —gritó.
—Donde mandan esas leyes —dijo Gandalf—, también es costumbre que los
embajadores sean menos insolentes. Nadie te ha amenazado. Nada tienes que
temer de nosotros, hasta que hayas cumplido tu misión. Pero si tu amo no ha
aprendido nada nuevo, correrás entonces un gran peligro, tú y todos los otros
servidores.
—¡Ah! —dijo el emisario—. De modo que tú eres el portavoz, ¿viejo
barbagrís? ¿No hemos oído hablar de ti de tanto en tanto, y de tus andanzas,
siempre tramando intrigas y maldades a una distancia segura? Pero esta vez has
metido demasiado la nariz, maese Gandalf; y ya verás qué le espera a quien
echa unas redes insensatas a los pies de Sauron el Grande. Traigo conmigo
testimonios que me han encomendado mostrarte, a ti en particular, si te atrevías a
venir aquí. —Hizo una señal, y un guardia se adelantó llevando un paquete
envuelto en lienzos negros. El emisario apartó los lienzos, y allí, ante el asombro
y la consternación de todos los Capitanes, levantó primero la espada corta de
Sam, luego una capa gris con un broche élfico, y por último la cota de malla de
mithril que Frodo vestía bajo las ropas andrajosas. Una negrura repentina cegó a
todos, y en un momento de silencio pensaron que el mundo se había detenido;
pero tenían los corazones muertos y habían perdido la última esperanza. Pippin,
que estaba detrás del Príncipe Imrahil, se precipitó hacia adelante ahogando un
grito de dolor.
—¡Silencio! —le dijo Gandalf con severidad, mientras lo empujaba hacia
atrás; pero el emisario estalló en una carcajada.