Page 176 - El Retorno del Rey
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y la muralla. Sabían que en todas las colinas y peñascos de alrededor había
enemigos ocultos, y que del otro lado, en los túneles y cavernas excavados bajo
el desfiladero sombrío, pululaban unas criaturas siniestras. De improviso, vieron a
los Nazgûl, revoloteando como una bandada de buitres por encima de las Torres
de los Dientes; y supieron que estaban al acecho. Pero el enemigo no se
mostraba aún.
No les quedaba otro remedio que representar la comedia hasta el final.
Aragorn ordenó el ejército del mejor modo posible, en dos grandes colinas de
piedra y tierra que los orcos habían amontonado en años y años de labor. Ante
ellos y hacia Mordor, se abrían como un foso un gran cenagal infecto y unos
pantanos pestilentes. Cuando todo estuvo en orden, los Capitanes cabalgaron hacia
la Puerta Negra con una fuerte guardia de caballería, llevando el estandarte, y
acompañados por los heraldos y los trompetas. A la cabeza iban Gandalf de
primer heraldo, y Aragorn con los hijos de Elrond, y Éomer de Rohan, e Imrahil;
y Legolas y Gimli y Peregrin fueron invitados a seguirlos, pues deseaban que
todos los pueblos enemigos de Mordor contaran con un testigo.
Cuando estuvieron al alcance de la voz, desplegaron el estandarte y soplaron
las trompetas; y los heraldos se adelantaron y elevaron sus voces por encima del
muro almenado de Mordor.
—¡Salid! —gritaron—. ¡Que salga el Señor de la Tierra Tenebrosa! Se le hará
justicia. Porque ha declarado contra Gondor una guerra injusta, y ha devastado
sus territorios. El Rey de Gondor le exige que repare los daños, y que se marche
para siempre. ¡Salid!
Siguió un largo silencio; ni un grito, ni un rumor llegó como respuesta desde la
puerta y los muros. Pero ya Sauron había trazado sus planes: antes de asestar el
golpe mortal, se proponía jugar cruelmente con aquellos ratones. De pronto, en el
momento en que los Capitanes ya estaban a punto de retirarse, el silencio se
quebró. Se oyó un prolongado redoble de tambores, como un trueno en las
montañas, seguido de una algarabía de cuernos que estremeció las piedras y
ensordeció a los hombres; y el batiente central de la Puerta Negra rechinó con
estrépito y se abrió de golpe dando paso a una embajada de la Torre Oscura.
La encabezaba una figura alta y maléfica, montada en un caballo negro, si
aquella criatura enorme y horrenda era en verdad un caballo; la máscara de
terror de la cara más parecía una calavera que una cabeza con vida; y echaba
fuego por las cuencas de los ojos y por los ollares. Un manto negro cubría por
completo al jinete, y negro era también el yelmo de cimera alta; no se trataba,
sin embargo, de uno de los Espectros del Anillo; era un hombre y estaba vivo.
Era el Lugarteniente de la Torre de Barad-dûr, y ninguna historia recuerda su
nombre, porque hasta él lo había olvidado, y decía: « Yo soy la Boca de Sauron.»
Pero se murmuraba que era un renegado, descendiente de los Númenoreanos
Negros, que se habían establecido en la Tierra Media durante la supremacía de