Page 171 - El Retorno del Rey
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La Puerta Negra se abre
D os días después el ejército del Oeste se encontraba reunido en el Pelennor. Las
huestes de orcos y hombres del Este se habían retirado de Anórien, pero
hostigados y desbandados por los Rohirrim habían huido casi sin presentar batalla
hacia Cair Andros; destruida pues esa amenaza, y con las nuevas fuerzas que
llegaban del Sur, la ciudad estaba relativamente bien defendida. Y los batidores
informaban que en los caminos del este y hasta la Encrucijada del Rey Caído no
quedaba un solo enemigo con vida. Ya todo estaba preparado para el golpe final.
Una vez más Legolas y Gimli cabalgarían juntos en compañía de Aragorn y
Gandalf, que marchaban a la vanguardia con los Dúnedain y los hijos de Elrond.
Merry, avergonzado, se enteró de que él no los acompañaría.
—No estás bien todavía para semejante viaje —le dijo Aragorn—. Pero no te
avergüences. Aunque no hagas nada más en esta guerra, ya has conquistado
grandes honores. Peregrin irá en representación de la Comarca; y no le envidies
esta oportunidad de afrontar el peligro, pues aunque haya hecho todo tan bien
como se lo ha permitido la suerte, aún no ha igualado tu hazaña. Pero en verdad
todos corremos ahora un peligro igual. Tal vez nuestro destino sea encontrar un
triste fin ante la Puerta de Mordor, y en tal caso también a vosotros os habrá
llegado la última hora, sea aquí o dondequiera que os atrape la marea negra.
¡Adiós!
Merry siguió observando de mala gana los preparativos de la partida. Bergil
lo acompañaba, pero también él estaba abatido: su padre marcharía a la cabeza
de una Compañía de Hombres de la Ciudad, pues hasta tanto no se lo juzgase, no
se podría reintegrar a la Guardia. En esa misma compañía partía Pippin, soldado
de Gondor. Merry alcanzó a verlo no muy lejos: una figura pequeña pero erguida
entre los altos hombres de Minas Tirith.
Sonaron por fin las trompetas, y el ejército se puso en movimiento. Escuadrón
tras escuadrón, compañía tras compañía, dieron media vuelta y partieron rumbo
al este. Y hasta después que se perdieran de vista en el fondo de la carretera que
conducía al Camino Amurallado, Merry se quedó allí. Los últimos yelmos y
lanzas de la retaguardia centellearon a la luz del sol de la mañana y
desaparecieron a lo lejos, y Merry aún seguía allí, con la cabeza gacha y el
corazón oprimido, sintiéndose solo y abandonado. Los seres que más quería
habían partido hacia las tinieblas en el distante cielo del Este; y pocas esperanzas
le quedaban de volver a ver a alguno de ellos.
Como llamado por la desesperación, le volvió el dolor del brazo. Se sentía
viejo y débil, y la luz del sol le parecía pálida. El contacto de la mano de Bergil lo