Page 173 - El Retorno del Rey
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maleficios que pesaban sobre el valle, donde las mentes de los vivos enloquecían
de horror, sino también por las noticias que había traído Faramir. Porque si el
Portador del Anillo había en verdad intentado ese camino, era menester, por
sobre todas las cosas, no atraer hacia allí la mirada del Ojo de Mordor. Y al día
siguiente, cuando llegó el grueso del ejército, pusieron una guardia numerosa en
la Encrucijada para contar con alguna defensa, en caso de que Mordor mandase
fuerzas a través del Paso de Morgul, o enviara nuevas huestes desde el sur. Para
esta guardia escogieron arqueros que conocían los caminos de Ithilien;
permanecería oculta en los bosques y pendientes del cruce de caminos. Pero
Gandalf y Aragorn cabalgaron con la vanguardia hasta la entrada del Valle de
Morgul y contemplaron la ciudad maldita.
Estaba a oscuras y sin vida: porque los orcos y las otras criaturas innobles que
habitaran allí, habían perecido en la batalla, y los Nazgûl estaban fuera. No
obstante, el aire del valle era opresivo, cargado de temor y hostilidad.
Destruyeron entonces el puente siniestro, incendiaron los campos malsanos, y se
alejaron.
Al día siguiente, el tercero desde que partieran de Minas Tirith, el ejército
emprendió la marcha hacia el norte. Por esa ruta, la distancia entre la
Encrucijada y el Morannon era de unas cien millas, y lo que la suerte podía
depararles antes de llegar tan lejos, nadie lo sabía. Avanzaban abiertamente pero
con cautela, precedidos por batidores montados, mientras otros exploraban a pie
los flancos del camino, y más los del lado oriental: porque allí se extendía un
boscaje sombrío y una zona anfractuosa de barrancos y despeñaderos rocosos, y
detrás se alzaban las laderas largas y empinadas de Ephel Dúath. El tiempo del
mundo se mantenía apacible y hermoso, y el viento soplaba aún desde el oeste,
pero nada podía disipar las tinieblas y las brumas que se acumulaban alrededor
de las Montañas de la Sombra; y por detrás de ellas brotaban intermitentemente
grandes humaredas que se elevaban y quedaban suspendidas, flotando entre los
vientos de las cumbres.
De tanto en tanto Gandalf hacía sonar las trompetas y los heraldos
pregonaban:
—¡Los Señores de Gondor han llegado! ¡Que todos abandonen el territorio o
se sometan! Pero Imrahil dijo:
—No digáis « los Señores de Gondor» . Decid « el Rey Elessar» . Porque es la
verdad, aunque no haya ocupado el trono todavía; y dará más que pensar al
enemigo, si así lo nombran los heraldos.
Y a partir de ese momento, tres veces al día proclamaban los heraldos la
venida del Rey Elessar. Mas nadie recogía el desafío.
No obstante, aunque en una paz aparente, todos los hombres marchaban