Page 237 - El Retorno del Rey
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Cuando llegaron al sendero notaron que era ancho y que estaba pavimentado con
cascajo y ceniza apisonada. Frodo gateó hasta él, y luego, como de mala gana,
giró con lentitud sobre sí mismo para mirar al Este. Las sombras de Sauron
flotaban a lo lejos; pero desgarradas por una ráfaga de algún viento del mundo, o
movidas quizá por una profunda desazón interior, las nubes envolventes ondularon
y se abrieron un instante; y entonces Frodo vio, negros, más negros y más
tenebrosos que las vastas sombras de alrededor, los pináculos crueles y la corona
de hierro de la torre más alta de Barad-dûr: espió un segundo apenas, pero fue
como si desde una ventana enorme e inconmensurablemente alta brotara una
llama roja, un puñal de fuego que apuntaba hacia el Norte: el parpadeo de un
Ojo escrutador y penetrante; en seguida las sombras se replegaron y la terrible
visión desapareció. El Ojo no apuntaba hacia ellos: tenía la mirada fija en el
norte, donde se encontraban acorralados los Capitanes del Oeste; y en ellos
concentraba ahora el Poder toda su malicia, mientras se preparaba a asestar el
golpe mortal; pero Frodo, ante aquella visión pavorosa, cayó como herido
mortalmente. La mano buscó a tientas la cadena alrededor del cuello.
Sam se arrodilló junto a él. Débil, casi inaudible, escuchó la voz susurrante de
Frodo:
—¡Ayúdame, Sam! ¡Ayúdame! ¡Detenme la mano! Yo no puedo hacerlo.
Sam le tomó las dos manos y juntándolas, palma contra palma, las besó; y las
retuvo entre las suyas. De pronto, tuvo miedo. « ¡Nos han descubierto!» , se dijo
« Todo ha terminado, o terminará muy pronto. Sam Gamyi, este es el fin del
fin.»
Levantó de nuevo a Frodo, y sosteniéndole las manos apretadas contra su
propio pecho, lo cargó una vez más, con las piernas colgantes. Luego inclinó la
cabeza, y echó a andar cuesta arriba. El camino no era tan fácil de recorrer
como le había parecido a primera vista. Por fortuna, los torrentes de fuego que la
montaña había vomitado cuando Sam se encontraba en Cirith Ungol, se habían
precipitado sobre todo a lo largo de las laderas meridional y occidental, y de este
lado el camino no estaba obstruido, aunque sí desmoronado en muchos sitios, o
atravesado por largas y profundas fisuras. Luego de trepar hacia el este durante
un trecho, se replegaba sobre sí mismo en un ángulo cerrado, y continuaba
avanzando hacia el oeste. Allí, en la curva, lo cortaba un risco de vieja piedra
carcomida por la intemperie, vomitada en días remotos por los hornos de la
montaña. Jadeando bajo su carga, Sam volvió el recodo; y en el momento
mismo en que doblaba alcanzó a ver de soslayo algo que caía desde el risco, algo
que parecía ser un pedacito de roca negra que se hubiera desprendido mientras él
pasaba.
Sintió el golpe de un peso repentino, y cayó de bruces, lastimándose el dorso
de las manos, que aún sujetaban las de Frodo. Entonces comprendió lo que había
pasado, porque por encima de él, mientras yacía en el suelo, oyó una voz que