Page 240 - El Retorno del Rey
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Al principio no vio nada. Sacó una vez más el frasco de Galadriel, pero estaba
pálido y frío en la mano temblorosa, y en aquella oscuridad asfixiante no emitía
ninguna luz. Sam había penetrado en el corazón del reino de Sauron y en las
fraguas de su antiguo poderío, el más omnipotente de la Tierra Media, que
subyugara a todos los otros poderes. Había avanzado unos pasos temerosos e
inciertos en la oscuridad, cuando un relámpago rojo saltó de improviso, y se
estrelló contra el techo negro y abovedado. Sam vio entonces que se encontraba
en una caverna larga o en una galería perforada en el cono humeante de la
montaña. Un poco más adelante el pavimento y las dos paredes laterales estaban
atravesados por una profunda fisura, y de ella brotaba el resplandor rojo, que de
pronto trepaba en una súbita llamarada, de pronto se extinguía abajo, en la
oscuridad; desde los abismos subía un rumor y una conmoción, como de
máquinas enormes que golpearan y trabajaran.
La luz volvió a saltar, y allí, al borde del abismo de pie delante de la Grieta
del Destino, vio a Frodo, negro contra el resplandor, tenso, erguido pero inmóvil,
como si fuera de piedra.
—¡Amo! —gritó Sam.
Entonces Frodo pareció despertar, y habló con una voz clara, una voz límpida
y potente que Sam no le conocía, y que se alzó sobre el tumulto y los golpes del
Monte del Destino, y retumbó en el techo y las paredes de la caverna.
—He llegado —dijo—. Pero ahora he decidido no hacer lo que he venido a
hacer. No lo haré. ¡El Anillo es mío! Y de pronto se lo puso en el dedo, y
desapareció de la vista de Sam. Sam abrió la boca y jadeó, pero no llegó a gritar,
porque en aquel instante ocurrieron muchas cosas.
Algo le asestó un violento golpe en la espalda, que lo hizo volar piernas arriba
y caer a un costado, de cabeza contra el pavimento de piedra, mientras una
forma oscura saltaba por encima de él. Se quedó tendido allí un momento, y
luego todo fue oscuridad.
Y allá lejos, mientras Frodo se ponía el Anillo y lo reclamaba para él, hasta
en los Sammath Naur, el corazón mismo del reino de Sauron, el Poder de Barad-
dûr se estremecía, y la Torre temblaba desde los cimientos hasta la cresta fiera y
orgullosa. El Señor Oscuro comprendió de pronto que Frodo estaba allí, y el Ojo,
capaz de penetrar en todas las sombras, escrutó a través de la llanura hasta la
puerta que él había construido; y la magnitud de su propia locura le fue revelada
en un relámpago enceguecedor, y todos los ardides del enemigo quedaron por fin
al desnudo. Y la ira ardió en él con una llama devoradora, y el miedo creció
como un inmenso humo negro, sofocándolo. Pues conocía ahora qué peligro
mortal lo amenazaba, y el hilo del que pendía su destino.
Y al abandonar de pronto todos los planes y designios, las redes de miedo y
perfidia, las estratagemas y las guerras, un estremecimiento sacudió al reino
entero, de uno a otro confín; y los esclavos se encogieron, y los ejércitos