Page 236 - El Retorno del Rey
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Volvió la cabeza, y luego miró para arriba, y al ver el largo trecho que acababa
de recorrer quedó estupefacto. Vista desde abajo, solitaria y siniestra, la montaña
le había parecido más alta. Ahora veía que era menos elevada que las gargantas
que él y Frodo habían escalado en los Ephel Dúath. Los contrafuertes informes y
dilapidados de la enorme base se elevaban hasta unos tres mil pies por encima de
la llanura, y sobre ellos, en el centro, se erguía el cono central, que sólo tenía la
mitad de aquella altura, y que parecía un horno o una chimenea gigantesca
coronada por un cráter mellado. Pero ya Sam había subido hasta la mitad, y la
llanura de Gorgoroth apenas se veía, envuelta en humos y sombras. Y si la
garganta reseca se lo hubiese permitido, Sam habría dado un grito de triunfo al
mirar hacia la altura; porque allá arriba, entre las jibas y las estribaciones
escabrosas, acababa de ver claramente un sendero o camino. Trepaba como una
cinta desde el oeste, y serpeando alrededor de la montaña, y antes de
desaparecer en un recodo, llegaba a la base del cono en la cara occidental.
Sam no alcanzaba a ver por dónde pasaba el camino directamente encima,
pues una cuesta empinada lo ocultaba a lo lejos; pero adivinaba que lo
encontraría si era capaz de hacer un último esfuerzo, y la esperanza volvió a él.
Quizá pudiera aún conquistar la montaña.
« ¡Hasta diría que lo han puesto a propósito!» , se dijo. « Si ese sendero no
estuviera allí, ahora tendría que aceptar que he sido derrotado.»
El camino no había sido construido a propósito para Sam. Él no lo sabía, pero
aquel era el Camino de Sauron, el que iba desde Barad-dûr hasta los Sammath
Naur, los Recintos del Fuego. Partía de la gran puerta occidental de la Torre
Oscura, atravesaba por un largo puente de hierro un abismo profundo, y se
internaba luego en los llanos; durante una legua corría entre dos precipicios
humeantes y llegaba a un extenso terraplén empinado en el flanco oriental.
Desde allí, girando y enroscándose en la ancha cintura de la montaña de norte a
sur, trepaba por fin alrededor del cono, pero lejos aún de la cima humeante,
hasta una entrada oscura que miraba al este, a la ventana del Ojo en la fortaleza
envuelta en sombras de Sauron. La vorágine de los hornos de la montaña obstruía
o destruía el camino con frecuencia, y una tropa de orcos trabajaba día y noche
reparándolo y limpiándolo.
Sam respiró con fuerza. Había un sendero, pero no sabía cómo escalaría la
ladera que llevaba a él. Ante todo necesitaba aliviar la espalda dolorida. Se acostó
un rato junto a Frodo. Ninguno de los dos hablaba. La claridad crecía lentamente.
De pronto lo asaltó un sentimiento inexplicable de apremio, como si alguien le
hubiese gritado: ¡Ahora, ahora, o será demasiado tarde! Se incorporó. También
Frodo parecía haber sentido la llamada. Trató de ponerse de rodillas.
—Me arrastraré, Sam —jadeó.
Y así, palmo a palmo, como pequeños insectos grises, reptaron cuesta arriba.