Page 239 - El Retorno del Rey
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—¡Ahora! —dijo Sam—. ¡Por fin puedo arreglar cuentas contigo! —Saltó hacia
delante, con la espada pronta para la batalla. Pero Gollum no reaccionó. Se dejó
caer en el suelo cuan largo era, y se puso a lloriquear.
—No mates a nosssotros —gimió—. No lassstimes a nosssotros con el horrible
y cruel acero. ¡Déjanosss vivir, sssí, déjanosss vivir sólo un poquito más!
¡Perdidos perdidos! Essstamos perdidos. Y cuando el Tesssoro desaparezca,
nosssotros moriremos, sssí, moriremos en el polvo. —Con los largos dedos
descarnados manoteó un puñado de cenizas—. ¡Sssí! —siseó—, ¡en el polvo!
La mano de Sam titubeó. Ardía de cólera, recordando pasadas felonías.
Matar a aquella criatura pérfida y asesina sería justo: se lo había merecido mil
veces; y además, parecía ser la única solución segura. Pero en lo profundo del
corazón, algo retenía a Sam: no podía herir de muerte a aquel ser desvalido,
deshecho, miserable que yacía en el polvo. Él, Sam, había llevado el Anillo, sólo
por poco tiempo, pero ahora imaginaba oscuramente la agonía del desdichado
Gollum, esclavizado al Anillo en cuerpo y alma, abatido, incapaz de volver a
conocer en la vida paz y sosiego. Pero Sam no tenía palabras para expresar lo
que sentía.
—¡Maldita criatura pestilente! —dijo—. ¡Vete de aquí! ¡Lárgate! No me fío
de ti, no, mientras te tenga lo bastante cerca como para darte un puntapié; pero
lárgate. De lo contrario te lastimaré, sí, con el horrible y cruel acero.
Gollum se levantó en cuatro patas y retrocedió varios pasos, y de improviso,
en el momento en que Sam amenazaba un puntapié, dio media vuelta y echó a
correr sendero abajo. Sam no se ocupó más de él. De pronto se había acordado
de Frodo. Escudriñó la cuesta y no alcanzó a verlo. Corrió arriba, trepando. Si
hubiera mirado para atrás, habría visto a Gollum que un poco más abajo daba
otra vez media vuelta, y con una luz de locura salvaje en los ojos, se arrastraba
veloz pero cauto, detrás de Sam: una sombra furtiva entre las piedras.
El sendero continuaba en ascenso. Un poco más adelante describía una nueva
curva, y luego de un último tramo hacia el este, entraba en un saliente tallado en
la cara del cono, y llegaba a una puerta sombría en el flanco de la montaña, la
Puerta de los Sammath Naur. Subiendo ahora hacia el sur a través de la bruma y
la humareda, el sol ardía amenazante, un disco borroso de un rojo casi lívido; y
Mordor yacía como una tierra muerta alrededor de la Montaña, silencioso,
envuelto en sombras, a la espera de algún golpe terrible.
Sam fue hasta la boca de la cavidad y se asomó a escudriñar. Estaba a
oscuras y exhalaba calor, y un rumor profundo vibraba en el aire.
—¡Frodo! ¡Mi amo! —llamó. No hubo respuesta. Sintiendo que el miedo le
encogía el corazón, aguardó un momento, y luego se precipitó a la cavidad. Una
sombra se escurrió detrás de él.