Page 241 - El Retorno del Rey
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suspendieron la lucha, y los capitanes, de pronto sin guía, privados de voluntad,
      temblaron y desesperaron. Porque habían sido olvidados. La mente y los afanes
      del poder que los conducía se concentraban ahora con una fuerza irresistible en la
      montaña.  Convocados  por  él,  remontándose  con  un  grito  horripilante,  en  una
      última carrera desesperada, más raudos que los vientos volaron los Nazgûl, los
      Espectros del Anillo, y en medio de una tempestad de alas se precipitaron al sur,
      hacia el Monte del Destino.
      Sam se levantó. Se sentía aturdido, y la sangre que le manaba de la cabeza le
      oscurecía  la  vista.  Avanzó  a  tientas,  y  de  pronto  se  encontró  con  una  escena
      terrible y extraña. Gollum en el borde del abismo luchaba frenéticamente con un
      adversario invisible. Se balanceaba de un lado a otro, tan cerca del borde que por
      momentos  parecía  que  iba  a  despeñarse;  retrocedía,  se  caía,  se  levantaba  y
      volvía a caer. Y siseaba sin cesar, pero no decía nada.
        Los  fuegos  del  abismo  despertaron  iracundos,  la  luz  roja  se  encendió  en
      grandes llamaradas, y un resplandor incandescente llenó la caverna. Y de pronto
      Sam  vio  que  las  largas  manos  de  Gollum  subían  hasta  la  boca;  los  blancos
      colmillos relucieron y se cerraron con un golpe seco al morder. Frodo lanzó un
      grito,  y  apareció,  de  rodillas  en  el  borde  del  abismo.  Pero  Gollum  bailaba
      desenfrenado, y levantaba en alto el Anillo, con un dedo todavía ensartado en el
      aro. Y ahora brillaba como si en verdad lo hubiesen forjado en fuego vivo.
        —¡Tesssoro,  tesssoro,  tesssoro!  —gritaba  Gollum—.  ¡Mi  tesssoro!  ¡Oh  mi
      Tesssoro! —Y entonces, mientras alzaba los ojos para deleitarse en el botín, dio
      un paso de más, se tambaleó un instante en el borde, y luego, con un alarido, se
      precipitó  en  el  vacío.  Desde  los  abismos  llegó  su  último  lamento  ¡Tesssoro!  y
      desapareció para siempre.
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